Shlomo Ben Ami*
El Tiempo, Bogotá
Diciembre 3 de 2009
Así, que el Presidente Barack Obama ha decidido "no cambiar de rumbo". El obstinado grito de guerra del gobierno de Bush en el Iraq ha vencido ahora con el aumento preparado por Obama de otros 30.000 soldados en el Afganistán. Según habían advertido los partidarios del aumento, una victoria talibán allí radicalizaría toda la región y tendría un efecto de dominó, pues se desencadenarían insurgencias islámicas en toda el Asia central. Si los Estados Unidos hubieran comunicado su retirada, Al Qaeda, inextricablemente entrelazada con los talibanes, se declararía también vencedora.
Pero la victoria para las fuerzas de la yijad no es la única hipótesis posible. Al Qaeda, por ejemplo, se ha convertido ahora en una franquicia mundial cuyas capacidades ya no dependen de su base afgana. De hecho, desconectada como está del comercio de la heroína, que ha convertido a los talibanes en una colosal empresa económica, Al Qaeda padece una clara decadencia financiera. Tampoco está claro que la retirada de la OTAN permitiera inevitablemente la toma del poder por los talibanes. Una hipótesis más probable es una fragmentación del país por las líneas divisorias étnicas.
En realidad, la cuestión de qué hacer con el Afganistán tiene que ver con la antigua vocación de la "carga del hombre blanco", que nunca parece morir, por costosa y engañosa que sea, pues, aun cuando las calamidades predichas por los profetas de la fatalidad sean la hipótesis más probable, ¿por qué constituyen una amenaza mayor para Occidente que para potencias regionales como la India, China, Rusia y el Irán (para quien los suníes talibanes son una peligrosa amenaza ideológica)? Ninguno de esos países está pensando en la posibilidad de una solución militar para la crisis afgana.
La macabra asociación del Pakistán con los talibanes se debe más que nada a su constante actitud de presión a su enemigo mortal, la India. Así, pues, un Afganistán estable y secular es una decisiva necesidad estratégica para la India. De hecho, la India fue el único miembro del movimiento de los países no alineados que apoyó la invasión soviética del Afganistán en el decenio de 1980, como también apoyó fervientemente la secular Alianza del Norte después de la victoria de los talibanes en el decenio de 1990.
Tampoco se puede subestimar el interés de China en la estabilidad tanto del Afganistán como del Pakistán. El Afganistán, junto con el Pakistán y el Irán, forma parte de una decisiva zona de seguridad en su confín occidental para China. Es un corredor por el que puede asegurar sus intereses en el Pakistán, aliado tradicional, y garantizar su acceso a recursos naturales decisivos en esa región. Además, la provincia china de Xinjiang, de mayoría musulmana y fronteriza con el Afganistán, puede resultar peligrosamente afectada por una toma del poder por parte de los talibanes en Kabul o por el desmembramiento del país.
Naturalmente, Rusia no tiene deseos de repetir la calamitosa aventura militar de la Unión Soviética en el Afganistán, pero eso no significa que una victoria de los talibanes o una crisis afgana que acabe siendo incontrolable no sea una amenaza para la posición del Kremlin en el Asia central, región que considera su patio trasero estratégico. Los rusos están particularmente preocupados por la participación habitual de yijadistas procedentes de Chechenia, Daguestán y Asia central en las operaciones guerreras de los talibanes.
Así, pues, mientras los Estados Unidos acaban desempeñando una vez más el papel del "americano feo", las potencias regionales promueven sus intereses en ese país desgarrado por la guerra con cara sonriente y lejos del campo de batalla.
Las dificultades de los Estados Unidos en el Afganistán -y los graves problemas que afronta para encarrilar al Gobierno del Pakistán hacia una lucha más firme contra los talibanes tanto dentro de su país como en el Afganistán- brindan una oportunidad para que esas potencias intenten modificar la dinámica de la "gran partida" en su propio beneficio.
Su medio es el poder blando. El Afganistán es el beneficiario del mayor programa de asistencia que la India dedica a un país en el mundo. Dicho programa se centra en la afganización del proceso de desarrollo, además de en permitir que las fuerzas de seguridad actúen autónomamente.
La estrategia de China en el Afganistán, como en África, donde está sustituyendo sin descanso la influencia occidental con su potencia de fuego financiero en gran escala, está centrada más que nada en el desarrollo de los negocios, con un efecto estabilizador en el país que no se debe subestimar. El desarrollo por parte de China de la mina de cobre de Ainak es la mayor inversión extranjera directa en la historia del Afganistán. Además, China está construyendo una central eléctrica y un enlace ferroviario entre el Tayikistán y el Pakistán, cuyo costo asciende a 500 millones de dólares.
La influencia económica de Rusia en el Afganistán es muchos menos sólida, pero va en aumento. Mientras que Occidente está ocupado luchando contra los talibanes, los rusos, como las demás potencias regionales, están construyendo carreteras y transformadores de energía eléctrica y concibiendo soluciones diplomáticas regionales para lo que ha llegado a ser para Occidente un atolladero semejante al de Vietnam. Esas potencias regionales creen que, si tanto la guerra como la diplomacia fracasan, estarán mejor situadas que Occidente para modificar la "gran partida afgana" a su favor.
La receta diplomática de China para el Afganistán y el Pakistán es la correcta y los Estados Unidos deberían prestarle atención. Una solución del problema de Cachemira es la clave para la estabilidad en el Afganistán, que en adelante dejaría de ser un terreno de juego estratégico para la India y el Pakistán. En lugar de persistir en un esfuerzo de guerra contraproducente, los Estados Unidos deberían utilizar su influencia en la India y el Pakistán para hacer que reanuden las negociaciones de paz.
Además de las tropas suplementarias, el Presidente Obama debe esforzarse por lograr una solución integradora en el Afganistán. Eso significa lograr que los Estados vecinos del Afganistán promuevan un acuerdo de reconciliación nacional en el que participen todas las partes interesadas más importantes -el Gobierno, los talibanes y los señores de la guerra- del país.
*Ex ministro de Asuntos Exteriores de Israel, es Vicepresidente del Centro Internacional por la Paz de Toledo y autor de Scars of War, Wounds of Peace: The Arab-Israeli Tragedy ("Cicatrices de guerra, heridas de paz. La tragedia árabo-israelí").
Copyright: Project Syndicate, 2009.
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