martes, 1 de diciembre de 2009

El FMI necesita ideas nuevas para los controles de capital


Dani Rodrik *

El Tiempo, Bogotá

Noviembre 30 de 2009

CAMBRIDGE. ¿Por qué el FMI no nos ayuda a tenerle aprecio?


El FMI ha dicho y hecho todo lo correcto desde que se dio la crisis. Ha actuado tan rápido como puede cualquier institución burocrática internacional a fin de establecer nuevas líneas de crédito para países con economías de mercado emergentes que se vieron afectados. Cambió las condiciones de crédito para adaptarse a los tiempos. Bajo el mandato de su competente director gerente, Dominique Strauss-Kahn, y su distinguido economista en jefe, Olivier Blanchard, ha sido la voz de la sensatez en lo que se refiere al estímulo fiscal mundial, entre muchas opiniones disonantes. Para una institución que no hace mucho tiempo parecía estar al borde de la irrelevancia, esto supone una gran transformación.

Sin embargo, ahora Strauss-Kahn está desmotivando las propuestas para establecer un impuesto a los flujos internacionales de capital especulativo. Esto sucedió cuando Brasil decidió establecer un impuesto del 2 por ciento a los flujos de capital de corto plazo para prevenir una burbuja especulativa y una mayor apreciación de su moneda. Cuando se le preguntó cuál era el papel de los controles de capital, Strauss-Kahn dijo que no estaba comprometido con ninguna ideología rígida sobre el tema. Sin embargo, según el diario 'Financial Times', que informó de las opiniones del jefe del Fondo, "el FMI no los recomendaría como una receta estándar, dado que implican costos y usualmente no han sido eficaces". Por desgracia, esto hace al nuevo FMI muy similar al viejo.

Los controles cautelares de los flujos de capital tienen mucho sentido. Los flujos a corto plazo no solo causan trastornos en la gestión macroeconómica interna, sino que también agravan los movimientos desfavorables de los tipos de cambio. En particular, las entradas de capital especulativo dificultan a las economías financieramente abiertas como Brasil mantener una moneda competitiva, y las priva así de lo que de hecho es la forma de política industrial más eficaz que se pueda imaginar.

Con seguridad, al enviar señales mixtas a los mercados financieros, los brasileños pueden haber echado a perder sus intentos por enfriar las entradas. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva había descartado los rumores sobre los controles de capital apenas unos días antes de que se impusieran. Un esfuerzo significativo para influenciar el nivel de la moneda exige determinación para ajustar los impuestos financieros y las políticas complementarias hasta que produzcan sus efectos. La timidez es contraproducente, porque sale el tiro por la culata.

Pero fue más importante el simbolismo de la acción de Brasil porque sugiere que los mercados emergentes pueden estar superando su amor frustrado por el financiamiento externo. Sin duda, como han escrito los economistas Arvind Subramanian y John Williamson, los mercados emergentes merecen la ayuda del FMI para diseñar mejores controles cautelares de las entradas de capital en lugar de recibir regaños.

Por consiguiente, la respuesta de Strauss-Kahn en el sentido de que los impuestos a los flujos de capital son costosos e ineficaces es desafortunada. También es representativa de las reacciones exageradas que a menudo ocultan las ventajas y desventajas de los controles de capital. Uno puede estar en contra de los controles de capital porque cree que los mercados financieros son en general una fuerza benigna y que, por lo tanto, cualquier interferencia ocasionará pérdida de eficiencia. O uno se puede oponer a los controles porque cree que se evadirán fácilmente y, en consecuencia, están condenados a ser inefectivos. Lo que no se puede hacer es estar en contra de los controles de capital porque son tanto costosos como ineficaces.

Pensemos. Si los controles de capital pueden evadirse fácilmente -digamos, al manipular los plazos de las transacciones o a través de una manipulación de la facturación de los flujos comerciales-, entonces habrá pocos efectos en el volumen real de las entradas de capital. Los controles impondrán pocos costos a los mercados (aunque pueden implicar algunos costos administrativos para el gobierno).

Si, por otro lado, los participantes del mercado asumen costos significativos -ya sea a través de los impuestos que pagan o por los gastos en que incurren para evadirlos-, los controles serán efectivos para restringir las entradas. Si tratamos de lograr las dos cosas, es probable que la decisión se haya tomado antes de haber analizado detenidamente la situación.

Puede parecer curioso que los instintos de Strauss-Kahn estén tan errados en lo relativo a los controles de capital. Podría haberse pensado que un socialista, y un socialista francés, además, sería más proclive al escepticismo financiero.

Pero la paradoja es más aparente que real. De hecho, los mercados financieros tienen una gran deuda con los socialistas franceses. Se dice que la Tesorería de los Estados Unidos y Wall Street son los responsables de la presión para liberalizar las finanzas globales. Pero el cambio de opinión de los socialistas franceses tras el colapso de su experimento de reflación keynesiana de principios de los años 80 puede haber tenido una influencia mucho mayor. Cuando la fuga de capitales obligó a François Mitterrand a suspender su programa en 1983, los socialistas de Francia dieron una abrupta 'volte-face' y adoptaron la liberalización financiera a escala global.

Según Rawi Abdelal, de la Escuela de Negocios de Harvard, este fue el suceso clave que puso en marcha los acontecimientos que a la larga harían que la libre circulación del capital fuera la norma global. Primero fue la Unión Europea, a finales de los años 80, donde dos socialistas franceses, Jacques Delors y Pascal Lamy (el presidente de la Comisión Europea y su asistente, respectivamente), abrieron el camino. Después tocó el turno a la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (Ocde). El FMI finalmente se unió a esta tendencia bajo Michel Camdessus, otro francés que había sido gobernador del Banco de Francia en la administración de Mitterrand.

La reacción del FMI a los impuestos financieros de Brasil muestra lo arraigado que está el fetichismo financiero y lo difícil que resulta dar cierto equilibrio al debate sobre los flujos de capital, incluso después de la mayor crisis financiera que el mundo ha experimentado desde la Gran Depresión. El problema no se limita a los fundamentalistas del mercado de derecha. La falta de imaginación se extiende a todo el espectro político.

Al hablar de los controles de capital, John Maynard Keynes dijo que "lo que solía ser herejía [las restricciones a los flujos de capital] se ha vuelto ortodoxia". Eso fue en 1945, al principio de la era de Bretton Woods. Qué ironía que más de 60 años después tengamos la necesidad de volver a efectuar ese cambio de mentalidad.

* Dani Rodrik, profesor de Economía Política de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, de la Universidad de Harvard, es el primer galardonado con el premio Albert O. Hirschman del Consejo de Investigaciones en Ciencias Sociales. Su más reciente libro es: 'One Economics, Many Recipes: Globalization, Institutions, and Economic Growth'. Traducción de Kena Nequiz

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