jueves, 17 de diciembre de 2009

El pretexto de las bases

Alejandro Tarre

Analitica, Madrid

Diciembre 16 de 2009



Dejemos a un lado el hecho de que Hugo Chávez, en sus primeros diez años de gobierno (1998-2008), incluso antes de la elección de Rafael Correa, no expresó jamás preocupación sobre la base de Manta en Ecuador –una base que, a diferencia de las siete del acuerdo militar entre Estados Unidos y Colombia, era manejada por soldados norteamericanos. Dejemos a un lado la arbitrariedad con que Chávez ha tratado este asunto, a veces olvidándose de las bases por varias semanas, para luego, de un día a otro, desplazar otra vez el tema al centro del debate con una declaración o acción intempestiva.

Dejemos a un lado el hecho de que la cooperación militar entre Washington y Bogotá no es nueva, y de que, independientemente de la tensa relación entre Estados Unidos y Venezuela, la ayuda a Colombia hasta ahora ha tenido un objetivo que no tiene nada que ver con su enemistad con Chávez, en el sentido de que, hasta con un presidente aliado en Venezuela, esta ayuda existiría. Dejemos a un lado el hecho de que la ayuda militar a Colombia ha sido recortada recientemente 70 millones de dólares y que el número de soldados norteamericanos en Colombia, después de alcanzar un pico de 570 en 2007, es ahora de 250. Dejemos a un lado el hecho de que, si el reciente premio Nobel de la paz de verdad desea invadir Venezuela, no necesita utilizar las bases colombianas para hacerlo. Es decir, dejemos a un lado el argumento de que no tiene ningún sentido que Venezuela se sienta más o menos amenazado de una invasión norteamericana por la existencia del controversial acuerdo entre Colombia y Estados Unidos.

Dejemos todo esto a un lado y aceptemos, por un instante, la preocupación de Venezuela, expresada con suma elegancia y finura por el embajador venezolano en Washington en la revista Foreign Policy. Aceptemos su razonable preocupación por esa solicitud presupuestaria para 2010 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en la que se justifica un proyecto de desarrollo de una base aérea en Colombia con el argumento de que este proyecto “representaría una oportunidad única para un completo espectro de operaciones en una subregión clave de nuestro hemisferio donde la seguridad y la estabilidad está bajo constante amenaza de terroristas financiados por el narcotráfico, gobiernos anti-estadounidenses, pobreza endémica y recurrentes desastres naturales.”

Aceptemos la preocupación también razonable de Venezuela de que el acuerdo entre Estados Unidos y Colombia, aunque no contempla operativos en terceros países, tampoco los prohíbe explícitamente. Aceptemos el argumento de que, si consideramos la historia de intervenciones militares de Estados Unidos en la región, es legítimo expresar cierta preocupación por el acuerdo. Aceptemos todo esto con el propósito de hacernos la siguiente pregunta: ¿Justifican estas preocupaciones la manera como ha reaccionado Hugo Chávez?

Repasemos los hitos de la crisis:

El 2 de noviembre dos guardias nacionales venezolanos fueron asesinados en la frontera. En respuesta el gobierno de Venezuela -sin siquiera saber quiénes fueron los autores del crimen- cerró unilateralmente dos puentes entre los dos países, acción que constituye una clara violación de leyes internacionales.

El 4 de noviembre Venezuela anunció la movilización de 15 mil soldados a la frontera. También cerró varios pasos peatonales y amenazó con cerrar más.

El 9 de noviembre Chávez hizo un llamado público a la Fuerza Armada, a las milicias y al pueblo venezolano a “prepararse para la guerra,” llevando la crisis a un punto álgido. También ordenó la movilización de tropas que ya había anunciado cinco días antes. (Respuesta de Uribe: “Colombia no ha hecho ni hará ningún movimiento bélico contra la comunidad internacional, menos aún contra hermanas naciones latinoamericanas”).

El 19 de noviembre Venezuela voló dos puentes artesanales, cerca de Cúcuta. El argumento del presidente es que los puentes son usados por la guerrilla y el narcotráfico para entrar a Venezuela, pero el gobierno ni siquiera consultó con los colombianos antes de volarlos. (Respuesta de Colombia: “No caeremos en provocaciones y acudiremos a instancias internacionales.”)

El 1 de diciembre el presidente Chávez ordenó la expulsión de cientos de mineros colombianos y brasileños que residen ilegalmente en Venezuela. Según el gobernador de Guainía, los mineros llegaron a Colombia muertos de hambre, después de haber caminado por las montañas dos o tres días, huyendo de la Guardia Nacional venezolana.

A todo esto de suma la orden de Venezuela de congelar las importaciones de Colombia, lo cual, según autoridades colombianas, ha resultado en la pérdida de 170 mil empleos en la frontera y podría costarle a Colombia un porcentaje de su PIB (1%). ¿Quién, entonces, es el principal responsable de esta crisis? ¿Sobre quién debe recaer la mayor responsabilidad? ¿Sobre Barack Obama? ¿Sobre Álvaro Uribe? ¿O sobre Hugo Chávez? Mi punto es que, mucho más que el acuerdo militar entre Estados Unidos y Colombia, la reacción hostil y exagerada de Chávez a este acuerdo es lo que ha arrimado a las dos naciones a orillas de una escaramuza bélica.

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