Editorial
El País, Cali
Diciembre 16 de 2009
Sin sorpresas, y con un anticipado resultado en las encuestas, el candidato de la Coalición por el Cambio, Sebastián Piñera, ganó la primera vuelta electoral en Chile, con un alto porcentaje del 44% que lo convierte en el favorito para la segunda y decisiva vuelta.
Su favoritismo no se desprende tanto del porcentaje obtenido, como de la distancia a la que quedó el candidato de la coalición oficial, el democristiano Eduardo Frei, quien se presentó por la Concertación Democrática, movimiento que gobierna en el país austral hace 20 años. Con apenas un 30% de los votos, se antoja casi imposible que logre derrotar a Piñera, así el joven y radical Marco Enríquez- Ominami decida a última hora apoyar su candidatura.
Enríquez-Ominami, quien se alzó con un sorpresivo 20% de los votos, demuestra que el electorado chileno, si bien está satisfecho con la presidenta Michelle Bachelet, a quien le otorga más de un 80% de aprobación según las encuestas, no comparte una continuidad en el gobierno de la Concertación Democrática, pese a los avances obtenidos en las últimas dos décadas.
No se trata de un capricho, como piensan algunos al considerar que si las cosas han ido bien no tiene sentido pedir un cambio. Como lo sostiene la BBC, “Chile ya escogió y lo que está seleccionando ahora es un estilo de gestión, un énfasis en el Estado o en el mercado, en las formas de participación, pero dentro de un modelo que está avalado y legitimado por la sociedad”. Quiere el cambio, pero más en las formas que en el contenido. En especial los sectores más jóvenes, que votaron con entusiasmo por Enríquez-Ominami.
Nada nuevo bajo el sol: se trata de la tradicional inclinación del péndulo democrático en las sociedades que han logrado resolver las necesidades básicas de su población y en las que las demandas no son tanto por techo, educación, salud, pan y trabajo, como por mayor oferta cultural, mejoría de la calidad de la educación y aumento de la cobertura deportiva. Que es lo que en las encuestas la mayoría de los chilenos pide a su nuevo gobernante. Piñera, perteneciente a un sector conservador que ha dejado atrás el autoritarismo de los leales a Pinochet, encarna, en parte, esta posibilidad.
Chile parece curado de espantos. Sufrió en carne propia los radicalismos de izquierda y de derecha y no parece dispuesto a dejar que las viejas heridas se abran. La presidenta Bachelet, respetada por todos, ha sido fiel a la idea de que las democracias se renuevan con el relevo de sus mandatarios, permaneciendo inmune a las tentaciones reeleccionistas y mesiánicas que recorren el continente.
El ‘milagro chileno’ se revela entonces como completo: no sólo ha abarcado la esfera de lo económico sino también la de lo político. Es una sociedad madura para el conflicto y la convivencia. Que logró llegar a un acuerdo sobre lo fundamental para la solución de las diferencias por medios civilizados, en el que los instrumentos democráticos legitiman los fines sociales y no al contrario. Una gran lección para América Latina.
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