Editorial
El Colombiano, Bogotá
Diciembre 12 de 2009
El mundo que se preocupa por los temas de la guerra y la paz estuvo pendiente de las palabras de Barack Obama al recibir antier en Oslo el Premio Nobel de la Paz. Premio que nosotros entendemos -y así lo escribimos- como un reto, por ser Obama el Comandante en Jefe del Ejército de Estados Unidos, el país más poderoso que enfrenta dos guerras: una en Irak y otra en Afganistán.
Guerras irregulares, porque sus enemigos usan el terrorismo, ese flagelo que comenzó hace poco más de un siglo y sobre cuya complejidad Golda Meir advirtió. Flagelo que no nos es extraño a los colombianos porque lo hemos padecido y sabemos lo fácil que es usarlo y lo difícil que resulta combatirlo.
Flagelo que incumple los mínimos códigos de Ginebra y afecta no sólo a la Fuerza Pública sino a la población civil. Precisamente porque su objetivo es atemorizarla y paralizarla, haciendo visible su barbarie y logrando una caja de resonancia en los medios de comunicación social, muchas veces idiotas útiles a sus fines. Con razón dijo Obama que en las guerras de hoy mueren muchos más civiles que soldados.
Aunque no mencionó a América Latina, sus palabras tienen un denso significado que nos toca, porque son profundas en principios filosóficos y contenido. En ellas advirtió que Estados Unidos nunca ha combatido en países donde hay democracia.
Aunque Obama habló de la guerra justa porque hay que enfrentar el mundo como es y no como quisiéramos que fuera, convocó a que se repensara esta noción de guerra justa, y se extendió mucho más en la búsqueda de los imperativos para lograr una paz justa, apoyado especialmente en Gandhi, Martin Luther King, John F. Kennedy, Marshall, Mandela, Juan Pablo II, Nixon y Reagan.
Dijo que la paz no es simplemente la ausencia de un conflicto visible, sino aquella basada en los derechos inherentes y en la dignidad de todas las personas, en un marco de plena libertad e instituciones fuertes. Paz con seguridad económica y oportunidades para todos.
No podemos dejar de pensar en Cuba cuando afirmó la importancia de que haya sanciones, pero si éstas van acompañadas de esfuerzos palpables y discusiones que eviten un status quo agobiante. "Ningún régimen represivo puede ir por un nuevo sendero a no ser que tenga la opción de una puerta abierta".
Sus palabras dan un inmenso valor al diálogo con los opuestos, cuando haya las condiciones propicias, porque la paz se hace precisamente entre opuestos, buscando los puntos coincidentes sobre los cuales se construyen sus fundamentos. Pero demostró que hay momentos, circunstancias y, sobre todo, personas que no pueden ser enfrentados con las tesis de la no violencia. Y puso el ejemplo de Hitler y sus circunstancias. "Decir que la fuerza es a veces necesaria no es un llamado al cinismo;" -dijo- sino que "es reconocer la historia, las imperfecciones del hombre y los límites de la razón". También fue claro al justificar la fuerza por motivos humanitarios.
Y algo bien interesante, al pedir que para lograr una paz duradera el mundo se una frente a quienes actúan en contradicción con los anhelos de la paz, reconoció que ésta necesita el esfuerzo y trabajo conjunto de todos los hombres de buena voluntad que están en las distintas naciones y profesan el mandato esencial de todo credo, el amor; y no la distorsión que se ha dado en tiempos remotos y cercanos con el concepto de guerra santa: las cruzadas y en una errada interpretación del Islamismo.
Para terminar, Obama fue realista al reconocer que la paz justa es un ideal y sueño difícil de conseguir, pero imposible de rechazar, como se lo enseñó quien abrió el camino para que un negro pudiera estar hoy en la Casa Blanca: Martin Luther King. Hubo corazón y razón en las palabras de Obama al recibir el Nobel de Paz.
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