Editorial
El Mundo, Medellín
Diciembre 3 de 2009
Obama demostró que el parangón del conflicto en Afganistán con la guerra de Vietnam es un falseamiento de la historia.
Los demócratas y amantes de la paz en el mundo debemos estar complacidos por el contenido del discurso a la Nación del presidente Obama, que él denominó “Sobre el camino hacia adelante en Afganistán y Pakistán”, pronunciado el pasado martes en la Academia Militar en West Point, en el que confirmó el envío de 30.000 soldados más para enfrentar la guerra contra Al Qaeda y los extremistas talibanes, y en el que se demuestra, una vez más y de manera contundente, que no hubo solución de continuidad en la política del Imperio, liderada hasta el año pasado por el presidente Bush, y con quien apenas sí se notan algunas diferencias de estilo en la conducción de la lucha global contra el terrorismo.
Se había creado gran expectativa en torno a los planteamientos del presidente Obama porque, tanto dentro como fuera de los EEUU, venía haciendo carrera la tesis de que lo de Afganistán va en camino de convertirse en “otro Vietnam” y que resulta más conveniente “cortar por lo sano y retirarse rápidamente”. Una tesis que, por cierto, también fue esgrimida por los pacifistas a ultranza en el caso de la guerra de Irak, y a la que su antecesor respondió más o menos en los mismos términos que ahora lo hace el máximo personero del Imperio. Estados Unidos no se retirará de Afganistán sin antes haber derrotado a los terroristas y garantizado que los afganos estén en condiciones de consolidar la paz, reconstruir a su país y responder por su futuro independiente y democrático.
Obama demostró que el parangón con la guerra de Vietnam es un falseamiento de la historia. “A diferencia de Vietnam, nos acompaña una extensa coalición de 43 países que reconocen la legitimidad de nuestros actos. A diferencia de Vietnam, no enfrentamos una insurgencia popular generalizada. Y lo más importante, a diferencia de Vietnam, el pueblo estadounidense fue atacado salvajemente desde Afganistán, y sigue siendo blanco de los mismos extremistas que complotan a lo largo de su frontera. Abandonar esta zona ahora –y depender solamente de esfuerzos contra Al Qaeda desde lejos– perjudicaría seriamente nuestra capacidad de seguir ejerciendo presión sobre Al Qaeda y crearía un riesgo inaceptable de ataques adicionales contra nuestro territorio y nuestros amigos”.
El presidente Obama comenzó su discurso recordando que los EEUU y sus aliados no fueron a buscar la guerra en Afganistán sino que se vieron obligados a responder a la agresión del 11 de septiembre de 2001, cuando 19 terroristas secuestraron cuatro aviones y los utilizaron para atacar los centros militares y económicos de los EEUU y asesinar a casi 3.000 personas. “Esos hombres pertenecían a Al Qaeda, un grupo de extremistas que ha distorsionado y profanado el Islam, una de las grandes religiones del mundo, para justificar la matanza de inocentes. Recordó que pocos días después de aquella hecatombe el Congreso de EEUU, por unanimidad en el Senado y por 420 votos contra uno, en la Cámara de Representantes, autorizó el uso de la fuerza contra Al Qaeda y aquellos que los protegieran, “una autorización que sigue vigente hasta el día de hoy”.
Aparte de eso, la OTAN invocó el artículo de sus Estatutos que estipula que “el ataque contra un miembro es un ataque contra todos” y el Consejo de Seguridad de la ONU respaldó las medidas necesarias para responder a los terroristas. Explicó el Presidente cómo, “bajo la bandera de esta unidad nacional y legitimidad internacional, y sólo después de que el Talibán se rehusara a entregar a Osama bin Laden, enviamos a nuestras tropas a Afganistán. En cuestión de meses, Al Qaeda estaba desarticulada, y muchos de sus efectivos habían muerto. El Talibán fue depuesto del poder y forzado a retirarse”. Después vino, a instancias de Naciones Unidas, el establecimiento de un gobierno provisional, encabezado por Hamid Karzai, recientemente reelegido, y se creó una Fuerza de Ayuda para Seguridad Internacional con el fin de ayudar a consolidar una paz duradera en ese país.
Todos esos avances, inclusive la guerra, podrían perderse, si triunfara la tesis de quienes en un principio se entusiasmaron con Obama y votaron por él porque creían que encarnaba el “pacifismo”, como contrapartida del supuesto “guerrerismo” de Bush, y hoy les parece paradójico que su antiguo ídolo y recién galardonado Premio Nobel de Paz, no sólo anuncie el envío de más soldados a Afganistán sino que lidere a la OTAN y a la ONU en la gran batalla contra Al Qaeda y el Talibán, que también allá se alimenta del narcotráfico, y contra todas las manifestaciones del terrorismo en el mundo. Para el presidente Obama, “el objetivo central sigue siendo el mismo: detener, desmantelar y vencer a Al Qaeda en Afganistán y Pakistán, y quitarles la capacidad de amenazar a Estados Unidos y nuestros aliados en el futuro”. La única diferencia con su antecesor es que es partidario de fijar una fecha para el eventual inicio del retiro de las tropas, a partir de julio de 2011.
En conclusión, el discurso confirma nuestro enfoque en el sentido de que Obama tenía que acomodarse a los intereses del Imperio y que su victoria electoral no iba a constituir esa vuelta de 180 grados que muchos tontos estaban esperando. Y estamos tan de acuerdo con la política de EEUU en esa materia, que consideramos un acierto el envío por parte de Colombia de algunas unidades especializadas en la lucha antiguerrillera y antinarcóticos para asesorar a las autoridades afganas, porque si queremos ganar respeto y personería internacional, tenemos que ser capaces de asumir responsabilidades y parte de los costos de la solución de los grandes problemas del mundo.
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