Alfredo Rangel
Revista Semana, Bogotá
Diciembre 14 de 2009
A pesar de que el incremento del homicidio en algunas grandes ciudades ha deteriorado la percepción de seguridad de sus habitantes, el balance general de la seguridad ciudadana durante el año que termina es positivo. La inmensa mayoría de los indicadores de seguridad urbana sigue mejorando, aun cuando es explicable la preocupación creciente de la ciudadanía por la seguridad de sus entornos más cercanos.
Lo primero que hay que reconocer cuando se aborda el tema de la seguridad urbana es su complejidad. El asunto no se puede despachar de un plumazo, ni con una cifra, ni con una ciudad. En efecto, tomadas en su conjunto todas las ciudades capitales del país, con respecto al año anterior el homicidio subió 10 por ciento. Pero este hecho ha sido propiciado por Medellín y Cali, las principales ciudades problema, con las más altas tasas de homicidio, donde ocurrió el mayor incremento del número de asesinatos en el año, y que presentan dinámicas mafiosas más o menos similares. Si las excluimos por un momento del análisis, entonces el descenso del homicidio urbano en el país es de menos del 4 por ciento. En dos palabras, son Medellín y Cali las ciudades que están jalonando el aumento coyuntural del homicidio urbano en el país. Sin embargo, sus tasas de homicidio son apenas una fracción de lo que eran hace unos 15 años.
Por supuesto que también son muy preocupantes los incrementos del homicidio en Sincelejo (71 por ciento) y Barranquilla (14 por ciento), pero estas son ciudades con tasas de homicidio relativamente bajas. Pero, de otro lado, son alentadores los descensos en Pereira (menos 23 por ciento), Manizales (menos 23 por ciento), Valledupar (menos 21 por ciento), Ibagué (menos 17 por ciento),Cúcuta (menos 14 por ciento), Bucaramanga (menos 10 por ciento), y Bogotá (menos 2 por ciento), por mencionar algunos. En los casos de los incrementos del homicidio en Medellín y Cali, podemos estar en presencia de una situación paradójica: los problemas son resultado del éxito. En efecto, el Estado ha logrado desmantelar las grandes estructuras del narcotráfico y esto ha generado un violento caos al interior y entre pequeñas bandas que se disputan a punta de asesinatos el reparto de rentas ilícitas producidas por el crimen, incluido el narcotráfico. La mayor parte del aumento del homicidio lo producen esas vendettas.
Con otros dos 'agravantes', también derivados del éxito del Estado: 1) El narcotráfico está cayendo, tanto en volumen como en las rentas que produce la exportación de drogas ilícitas, así que como el botín es cada vez menor, la disputa es aún más violenta y el mercado externo se reemplaza con el mercado interno, lo que localiza aún más la confrontación entre bandas, y, 2) Los organismos de seguridad del Estado tardan cada vez menos tiempo en capturar o dar de baja a los nuevos cabecillas de esas pequeñas bandas, por lo que las luchas intestinas por el poder y el botín se han vuelto crónicas, permanentes. Son coletazos de un pasado que se resiste a desaparecer y, por tanto, en principio, situaciones puramente coyunturales que, con decisión y una buena política, el Estado podrá resolver en el futuro.
Pero aparte de estos problemas coyunturales de aumento del homicidio en algunas ciudades -compensado con la mencionada disminución en otras-, los demás indicadores de seguridad ciudadana han tenido un comportamiento positivo. En efecto, con respecto al año anterior, en todos hubo descensos, o sea, se presentaron menos casos: robo de residencias, menos 13 por ciento; asaltos a comercios, menos 17 por ciento; hurto a personas, menos 11 por ciento; robo de automóviles, menos 4 por ciento; asaltos a entidades financieras, menos 23 por ciento; lesiones comunes, menos 9 por ciento. Estos resultados confirman una vez más las tendencias positivas que se han venido manifestando en los últimos años en seguridad urbana en Colombia.
Frente a estos hechos ciertos, la pregunta obvia es: ¿Por qué en el país hay cada vez más preocupación por la seguridad ciudadana? Por varias razones, algunas también relacionadas con las paradojas del éxito. Porque ante la mejoría de la seguridad en los campos -por la desmovilización de los paramilitares y el debilitamiento de la guerrilla-, la seguridad urbana ha adquirido más notoriedad mediática y política. Porque frente al descenso general de los altos niveles de violencia que padecimos en el país en los años recientes, es natural y bueno que baje nuestro umbral de tolerancia hacia la violencia y que aumente nuestra sensibilidad ante el crimen. Y porque, como resultado de una mayor madurez democrática, ha aumentado nuestra exigencia a las autoridades locales en los temas de seguridad ciudadana.
Así que la inquietud creciente de la opinión por la seguridad ciudadana no puede ser sino positiva, siempre y cuando miremos el problema en su complejidad, reconozcamos que los problemas coyunturales ocurren dentro de procesos de mejoría estructural de largo plazo, y así evitemos caer en la tentación del pesimismo y la autoflagelación que interesadamente propician algunos.
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