José Manuel Restrepo Abondano
El Nuevo Siglo, Bogotá
Diciembre 3 de 2009
Un deporte entre los colombianos es criticar y desmontar todo esfuerzo que ha tenido algún éxito. Para la muestra, y quizá jocosamente, luego de que el Santa Fe quedara campeón de la Copa Colombia, no demoraron en aparecer periodistas-hinchas del equipo señalando que no tenía sentido ser campeón de tan poca cosa.
Ahora no podía dejar de pasar lo mismo con los avances en materia de seguridad en el país. Para nadie es un secreto lo que señalan los hechos. De 1.700 secuestros en 2002 a 100 en 2009; de múltiples municipios a donde no llegaba la fuerza pública a recuperar el control del país; de actos terroristas y casi de guerra con batallones de guerrilleros que lograban tomarse poblaciones por casi una semana a cobardes actos de terrorismo contra población civil; de una fuerza paramilitar que se multiplicaba por miles y que acudía a los asesinatos masivos, a un proceso de paz que a pesar de las dificultades va avanzando; de carreteras que no se podían recorrer a libre movilidad de los colombianos; y mucho más.
Todo esto que a todas luces es evidente y se refleja en un porcentaje de aceptación a una gestión de gobierno, a pesar de los lunares, no parece tan evidente para la Corporación Arco Iris.
Concentrándome en un solo capítulo, francamente sorprende que termine hablándose de un “declive” de la política de seguridad argumentando el gran logro de las Farc en explosivos y francotiradores. Con base en esto, recomiendan tácitamente bajar la guardia en materia de seguridad y avanzar en una estrategia de negociación. ¿Será que no se acuerdan ellos del Caguán? La última recomendación parece más asombrosa: “Desfarquizar al país”. Esto en palabras más sencillas es reconocer que las Farc ya no son un problema, lo cual parece un contrasentido con la argumentación anterior y justificaría más bien continuar en la misma senda de arrinconamiento a la guerrilla.
Lo más sorprendente en este capítulo es intentar mostrar estadísticamente un incremento en las acciones de la guerrilla metiendo en el mismo dato estadístico: campos minados, objetos explosivos y francotiradores, así como tomas a poblaciones, emboscadas y combates. Se les olvida a los “investigadores” que cualitativamente parece difícil de comparar y menos aún sumar como si fuera lo mismo una toma a una población por una semana, con poner una mina o hacer explotar una granada en un sitio específico. También pasan por alto muy rápidamente los “investigadores” que los combates del 2009 en su gran mayoría vienen por acción de la fuerza pública y no al contrario, lo que habla bien del esfuerzo de las fuerzas militares.
A los autores se les olvidan dos lecciones de cómo hacer un estudio académico: siempre que se obtienen resultados es por lo menos procedente verificar que éstos no vayan en contra de la evidencia y en segundo lugar, parece sensato nunca sumar “peras con manzanas” y si así se va a hacer, por lo menos ponderar cuáles pesan más.
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