Miguel Gómez Martínez
El Espectador, Bogotá
Enero 24 de 2010
Tomé la decisión de aceptar la candidatura a la Cámara de Representantes por Bogotá como cabeza de lista del Partido de la U. Ello implica que esta es mi última columna en El Espectador. Siento tristeza de abandonar mi espacio periodístico con el que me sentía muy cómodo.
Decidí pasar a la acción. Durante años he sido un crítico severo del Congreso y de los partidos políticos. Estoy convencido de que encarnan uno de los principales males de esta sociedad. Los partidos perdieron su norte y dejaron de representar ideas. El Congreso se convirtió en el símbolo del clientelismo, la ineficiencia y la corrupción. Una democracia sin partidos y sin Legislativo es una democracia amenazada. Soy consciente de aspirar a ser parte de un órgano donde el 30% de sus integrantes están en la cárcel. Pero creo que no es aceptable seguir criticando sin intentar hacer algo para que las cosas cambien. Por eso me retiro de mi trabajo, de mis actividades profesionales, para asumir el reto de contribuir a limpiar la política y salvar la democracia.
No tengo maquinaria política ni plata, ni siquiera tengo suficiente tiempo para montar una campaña con todas las de la ley. Pero me sobra carácter, honestidad y voluntad. Quiero representar a Bogotá, que es la ciudad donde nací, me crié, vivo y quiero morir. Pienso que a Bogotá nadie la defiende en el Congreso. Esta ciudad, que es de todos los colombianos, lo que la hace grande, al mismo tiempo no es de nadie. Por eso está estancada y en ciertos campos en franco retroceso. Quiero apoyar las iniciativas que nos permitan vivir en una ciudad más segura, donde prime la calidad de vida, donde los servicios y los impuestos sean razonables, con gente que no sea agresiva y sí respetuosa de los derechos de los demás. Desde la Cámara de Representantes se pueden impulsar ideas y proyectos que contribuyan a mejorar la vida de quienes nacimos o escogimos esta ciudad para vivir.
Quiero ser una voz contra los corruptos proponiendo que las condenas para quienes se apropien los dineros públicos sean mucho más severas y no puedan ser excarcelables. Quien toque los dineros públicos debe recibir una sanción ejemplarizante para que la corrupción no sea la norma general aceptada.
Los colombianos llevamos décadas con miedo. La seguridad es el principio de toda convivencia pacífica. Los ciudadanos en Bogotá no salen tranquilos a las calles, no utilizan el transporte público sin temor a ser robados, no dejan salir a sus hijos a los parques, temen por sus bienes y sus vidas. La vida con miedo es una pesadilla. La seguridad ciudadana se puede mejorar con más tecnología, colaboración ciudadana e incrementando las penas para los delitos como los robos que hemos terminado por considerar como “normales y cotidianos”.
Y Bogotá tiene que crecer económicamente. Los impuestos y los servicios públicos son demasiado altos y costosos. La ciudad está perdiendo su tejido empresarial que se instala en los municipios aledaños. Sin empleo estable y legal nunca habrá prosperidad.
Siento que es mi deber ponerme en la primera fila del combate. Me lanzo al agua porque quiero pasar de la crítica a la acción.
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