Mario Fernando Prado
El Espectador, Bogotá
Enero 29 de 2010
A un buen sector de los comunicadores colombianos no les ha caído en gracia la presencia en nuestra tele del iconoclasta, mordaz y mendaz periodista peruano Jaime Bayly.
Acusado de loquito, vendido, autoproclamado bisexual, posudo, cínico, con una buena dosis de humor negro, monotemático y repetitivo, es sin embargo un refresco televisivo en materia de opinión.
Pocos como este provocador han logrado en tan poco tiempo convertirse en una opción entre informativa y entretenida para los televidentes nacionales e incluso de otros países, habida cuenta la cobertura del canal en el que, de lunes a viernes y de 10 a 11 de la noche se despacha con sus monólogos interminables y a ratos hasta mamones.
No es fácil sentarse noche tras noche frente a una cámara a decir lo se le viene en gana, ayudado por algunas imágenes que comenta con sarcasmo e ironía y mucho menos tener tema para —casi sin comerciales— enfrentarse jocoso, picante, bellaco o seriamente con quienes son el blanco de sus diatribas.
Bayly poco se ocupa de las minucias y la política parroquiales. Sus ofídicos comentarios van casi siempre contra Chávez, Evo, Zelaya y el socialismo en general, defendiendo posturas derechistas y atacando el mamertismo comuñanga.
Seguramente por esto último, los de siempre lo tienen en la mira, banalizándolo y colocándole la chapa de light para restarle importancia a sus opiniones.
Sin embargo, la audiencia calificada —que no la montonera— dice otra cosa. Bayly es más visitado que lo que puede gustar y quienes practican el zapping suelen anclarse a ver y oír lo que desfachatadamente comenta con esa vocecita inocentona y esa imagen de niño terrible que desea conservar como herencia de sus inicios periodísticos.
Y ahí no para Bayly: ahora que manifiesta ser candidato a la Presidencia de su país se viene con propuestas “lugar común” como legalice de las drogas, sí al matrimonio gay y eliminación de las Fuerzas Armadas.
Siendo la política el arte de lo posible, no se sabe adónde podrá llegar este fenómeno de audiencia y recordación que le está dando sopa y seco al notablato editorial colombiano.
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