Sergio Muñoz Bata
El Tiempo, Bogotá
Enero 26 de 2010
A un año de haber ganado la elección presidencial, y a 10 meses de unas elecciones intermedias que podrían cambiar la composición del Congreso y alterar radicalmente las prioridades del programa de gobierno del presidente Barack Obama, los votantes independientes les han dado al Partido Demócrata, al presidente y a la nación una contundente demostración de su descontento y de su decisorio poder político.
La semana pasada, el revés tuvo lugar en Massachusetts con la elección al escaño en el Senado que durante 46 años ocupara el demócrata Ted Kennedy. Hace dos meses, los derrotados fueron los candidatos demócratas a las gobernaciones de Nueva Jersey y de Virginia. Irónicamente, los tres fracasos recientes suceden en tres estados que votaron a favor de Obama en la elección presidencial del 2008 y donde, según muestran las encuestas, a pesar de los resultados adversos a su partido, el índice de aprobación al presidente sigue siendo alto.
Más que por las evidentes debilidades de sus candidatos y sus respectivas campañas, los demócratas perdieron en estos tres estados porque los votantes independientes, que son la mayoría, se rebelaron contra el partido político al que apenas un año antes le habían dado su apoyo. Peor aún, las encuestas indican que la rebelión de los votantes independientes bien podría extenderse por toda la nación.
Los estadounidenses están preocupados por su situación económica, están enojados contra los políticos de Washington que, incapaces de hacer a un lado sus diferencias partidarias, se desgastan en debates eternos e improductivos en vez de aplicarse a resolver los problemas reales del país, y temen el posible costo de una reforma del sistema de procuración de salud cuyos beneficios no acaban de entender.
En este sentido, por ejemplo, Sergio Bendixen, quien frecuentemente hace encuestas para el Partido Demócrata, sostiene que, "desafortunadamente, el Presidente no tiene alternativas que ofrecer sobre su propuesta de seguro universal y ahora que la reforma tal y como está planteada está muerta, Obama debería concentrar sus esfuerzos en reactivar la economía y disminuir el desempleo".
En sus discursos posteriores a la debacle en Massachusetts, el Presidente ha dicho que entiende el problema, que ha escuchado el mensaje de los votantes y que asumirá su liderazgo con una defensa vigorosa de los beneficios de la reforma sanitaria, y renovando sus esfuerzos para reactivar la economía y disminuir el desempleo.
El mensaje de los votantes tiene, sin embargo, dos vertientes difíciles de compaginar. Por un lado, la gente dice que el gobierno no se debe entremeter en temas que son de la competencia del sector privado y les reclama a los políticos el costo del rescate de los bancos, planeado y ejecutado por la administración de George W. Bush y ampliado por Obama, al incluir a la industria automotriz. De poco ha servido explicar que la situación económica del país estaría peor si el gobierno se hubiera lavado las manos y no hubiera salido al rescate.
Dada esta circunstancia, y buscando cambiar los términos del debate político, el Presidente ha retomado su batalla verbal contra banqueros e inversionistas acusándolos de seguir sacando provecho de la crisis económica y penalizándolos. El problema es que aunque la gente siente una profunda desconfianza en los banqueros y en las instituciones financieras (según Gallup, sólo un 18% confía en ambos) sigue sin entender qué es lo que el Presidente va a hacer para evitar sus abusos.
Por el bien del país, Obama debe responder a la rebelión de los independientes no con explicaciones justificativas ni con actitudes populistas, sino con medidas concretas que ayuden a estabilizar la situación económica y a restaurar la confianza en las instituciones. Lo que la gente espera de él es que retome el control de su partido, encabece el viraje de su política hacia el centro del espectro político y se dedique a solucionar los grandes problemas nacionales negociando abiertamente con los moderados dentro del partido de oposición.
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