Grupo de Estudios Estratégicos
Libertad Digital, Madrid
Enero 27 de 2010
La historia de la humanidad está repleta de acontecimientos y periodos devastadores para un país o una región de la tierra, que tiempo después hacen que historiadores y personas de a pie se pregunten cómo un país en calma degeneró en un infierno: ¿Y si la historia hubiese sido distinta? ¿Cuántas desgracias no se hubiesen evitado? El caso más recurrente es el del totalitarismo nacionalsocialista: ¿Y si Hinderbug hubiese aguantado sin nombrar a Hitler canciller? ¿Y si Hitler hubiese sido derrocado a tiempo? ¿Y si hubiese habido posibilidad de asesinarlo antes de desencadenar el horror sobre Europa? ¿Y si las potencias occidentales no hubiesen cedido irresponsablemente ante sus amenazas? ¿Y si se hubiese podido impedir la catástrofe alemana y europea?
Poco hay que hacer en el caso del despótico Führer, felizmente derrotado pero infelizmente tras millones de muertos. La historia pasada no se puede cambiar, pero sí la historia futura en aquellos países que gozaban de un régimen democrático y que se deslizan hacia un destino de muerte y destrucción. Es el caso de Venezuela. Todo parece indicar que dentro de unos años nos haremos estas mismas preguntas respecto a Hugo Chávez y su totalitario bolivarianismo: ¿Y si se hubiese hecho algo a tiempo?
Como Hitler, Chávez fracasó en su golpe de Estado, pero se aprovechó de las garantías democráticas para volver a conspirar contra las instituciones venezolanas. Como Hitler, Chávez accedió al poder legamente, aunque apoyado en milicias callejeras ultraviolentas. Como Hitler, apela a las masas desde el poder y las lanza contra sus oponentes a los que busca aniquilar. Como Hitler, Chávez utiliza las instituciones democráticas contra ellas mismas, las parasita, las ocupa, las pervierte. Como Hitler, persigue a sus oponentes, tanto desde las instituciones como desde sus bolivarianos en la calle. Como Hitler, primero amenazó a sus vecinos y a los regímenes democráticos de su entorno y luego pasó a la acción. Como Hitler, desestabiliza países, infiltra activistas y guerrilleros y arma terroristas. Como Hitler, es un declarado antisemita, aliado del abiertamente genocida régimen de los ayatolás en su intento de aniquilar a Israel. Como Hitler, constituye el principal factor de inestabilidad en un continente, para el que representa la principal amenaza de guerra.
Los parecidos estratégicos son escalofriantes, pese a las evidentes diferencias ideológicas. La diferencia está en el hecho de que la historia de Chávez aún no está escrita, y en el hecho de que no será porque no estamos sobreaviso. Occidente entero asiste al holocausto democrático que Chávez está provocando en Venezuela: ante nuestros ojos, el despótico tirano está echando a perder un país, lo está arruinando, lo está sumiendo en la violencia y lo está enfrentando a sus vecinos. No vale fingir ignorancia acerca de las intenciones del petrotirano venezolano: sabemos que causará aún más dolor y sangre.
¿Merece la pena quedarse mirando para después de unos años repetirnos la pregunta "Y si..."? Más vale no engañarse: la comunidad internacional aún está a tiempo de quitarse a Chávez de en medio, de eliminar una amenaza, primero para los venezolanos y después para el resto de Iberoamérica. A día de hoy, pocas medidas hay que no se puedan tomar: diplomáticamente, es necesario aislar al Gobierno venezolano, denunciar su totalitario proceder, bloquearlo en las instituciones internacionales, presionar con todas las fuerzas para obligarle a ceder en la represión. Militarmente, hay que proteger a sus vecinos de las agresiones chavistas: bien estará blindar Colombia cuanto más mejor, y apoyar países que como Honduras o ahora Haití, están en el punto de mira del agresivo dictador. ¿El bloqueo de armas? ¿Cuesta sonrojo decirlo desde la España en la que Bono colaboraba en el rearme chavista? ¿Y otros materiales? ¿Tecnología nuclear, por ejemplo? Son otras opciones.
Y es necesario, además, apoyar a quienes se están convirtiendo ya en disidentes políticos dentro de Venezuela. La sociedad civil venezolana aguanta heroicamente las arremetidas salvajes del "Gorila Rojo", pero cada vez tiene menos fuerza y está siendo laminada: es necesario el apoyo material, económico, institucional, social y de cualquier tipo que se pueda prestar a los medios de comunicación y los partidos políticos que se oponen a la involución democrática chavista. Es desde dentro, desde la agonizante democracia venezolana, desde donde hay que acabar con Chávez para siempre.
Y es que el petrotirano no caerá sólo. Por mucho que arruine el país, por mucho que destroce la producción petrolífera tras acabar con el tejido económico venezolano, Chávez es un déspota que no abandonará el poder sin buscar un baño de sangre, entre los venezolanos o entre sus vecinos. El imperativo hoy está claro: hay que derrocar a Chávez cueste lo que cueste, en nombre de la democracia, la paz y la libertad, o lo pagaremos caro. Aún estamos a tiempo de quitarlo de en medio y evitar hacernos la pregunta "¿Y si...?" dentro de unos años. Porque nos la haremos.
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