Luis Carvajal Basto
El Espectador, Bogotá
Enero 30 de 2010
El episodio de un helicóptero que cruzó sin autorización la frontera colombiana en un centro poblado, como la capital de Arauca, deja muchas dudas y solo dos certezas: la prudencia como regla y única respuesta posible por parte de las autoridades Colombianas, y la existencia de interesados en que las relaciones se compliquen.
Resulta complejo establecer tan pronto la percepción de la opinión internacional sobre episodios como este, la voladura de puentes o el asesinato de un grupo de compatriotas en la zona de frontera, del lado venezolano, ocurrido hace unos meses. Pero es imposible poner de acuerdo a toda una población, encabezada por un gobernador civil, y la evidencia de varios documentos fílmicos como prueba de la ocurrencia del hecho.
Por eso resulta increíble que el canciller Venezolano lo negara en la forma en que lo hizo, con la infaltable ofensa añadida, que ya parece un sello.¿ Será ese, definitivamente, el sentido de diplomacia y responsabilidad en el ejercicio de la autoridad del gobierno del país hermano? De ser así dejaría de ser un interlocutor válido, casi para cualquier cosa.
Como personas e instituciones no deben ser evaluados por lo que dicen de si mismos, sino por lo que efectivamente hacen, un análisis más a fondo en el que sofismas, disculpas y excusas se acaban, revelando el verdadero talante, se puede constatar en el aumento desmesurado de su armamento y la destrucción deliberada de una integración e intercambio comercial que se ha construido durante siglos, independientemente de las actitudes de los gobiernos.
Usualmente se afirma que las motivaciones de Chávez para crear un conflicto con Colombia pueden ser la necesidad de un distractor de la opinión pública en su país o el convencimiento de lo indispensable de ampliar las fronteras de su “revolución” .En síntesis mantenerse en el gobierno o extender su frontera.
En el primer caso, se trata de un asunto interno de los venezolanos y en el segundo, parece una opción poco factible o imposible. En Colombia no consideramos a Venezuela como un enemigo ni siquiera después de tantas ofensas e interferencias. Lo que no se puede descartar es el interés que puedan tener personas y entidades ajenas en desatar un conflicto.
Es por lo menos curioso que los problemas actuales no tengan que ver con los que se esgrimieron en el pasado, como la delimitación de fronteras, sino con las percepciones de un gobernante que gradúa de enemigos suyos a una variada constelación de países, entidades y personas entre los que se encuentran los colombianos, quienes le aborrecen según todas las encuestas.
Si uno quiere conocer los principios teóricos de la revolución chavista, no los va a encontrar en documento alguno, generalmente repleto de trasnochados conceptos, sino en expresiones como que “un arma secreta ocasionó el sismo en Haití” ; en hechos como el control gubernamental a los medios y el ejercicio de la Libertad de prensa; en la inseguridad jurídica que ha paralizado la inversión privada; en la intervención gubernamental equivocada en la economía con consecuencias como la inflación más alta de América , la crisis cambiaria y el empeoramiento de los niveles de pobreza o en la inseguridad que se ha apoderado de Caracas y de toda Venezuela, con cifras de homicidios muy superiores a las de Colombia.
Si eso no es desgobierno, se parece mucho. Y en una situación así, no es raro que no vieran el helicóptero que cruzó la frontera en Arauca y que tampoco observen a los comerciantes de armas que quitan el dinero de la educación y la salud a los venezolanos por la pretensión de promocionar y jugar con la posibilidad de una guerra absurda e infame. Hoy Venezuela es uno de los más importantes compradores de armas Rusas, que no demoran en venir a ofrecernos aquí. Están esperando otro helicóptero que traspase la frontera o cualquier chispa que “prenda la candela” en este intenso verano. Se aconseja más prudencia.
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