Juan Camilo Restrepo
El Nuevo Siglo, Bogotá
Enero 26 de 2010
LA tragedia de Haití, por su extensión y dramatismo, resulta conmovedora. Es desgarrador constatar cómo la naturaleza se ha cebado sobre el territorio y la población más pobre de América Latina, y una de las más miserables del mundo.
Las cifras que a diario van saliendo son abrumadoras: cerca de 200.000 muertos, un millón quinientas mil viviendas destruidas o seriamente averiadas, incontables edificios públicos en ruinas lo mismo que la mayoría de las carreteras, el puerto de la capital Puerto Príncipe inservible, la poca infraestructura turística y manufacturera del país destrozada. Y así por estilo. Sin hablar naturalmente de los incontables heridos, mutilados y desaparecidos.
Entre tanta miseria resulta paradójico hablar de que ésta es también una oportunidad que- bien aprovechada- podría servirle a Haití para dar un salto adelante hacia el desarrollo que tan esquivo le ha sido hasta el momento.
Una vez pase el apremio de los socorros humanitarios inmediatos, necesarios pero no suficientes, vendrá la segunda fase: la de la reconstrucción del país. Y allí es donde radica la gran oportunidad de Haití para dar ese salto adelante en la carrera del desarrollo.
La historia de las reconstrucciones de desastres naturales bien manejadas demuestran que ellas han sido siempre un acicate: un disparador del desarrollo. Pensemos no más en lo que significa rehacer un millón quinientas mil viviendas destruidas en un país de 9 millones de habitantes. Lo que ha sucedido es como si en Colombia de la noche a la mañana se hubieran ido al suelo cerca de cinco millones de viviendas. Cuánto cemento, cuántos materiales de construcción, cuánto acero, cuántos empleos se van a necesitar y a generar allí en los meses venideros!
Pero no sólo esto: es la ocasión preciosa para rediseñar el planeamiento urbano de las ciudades destruidas, de rehacer sus redes de servicios públicos, de repensar el uso del suelo y multitud de políticas públicas que habían caído en el olvido o en la rutina de la pobreza.
Próximamente se va a reunir en Canadá el grupo de países amigos de Haití para planear -ya no la ayuda inmediata del corto plazo- sino la reconstrucción indispensable. Ya se habla de cifras preliminares de lo que puede costar dicha reconstrucción: US$ 10.000 millones; suma colosal para una pequeña economía como la haitiana. Los bancos multilaterales tendrán un papel decisivo en esta gigantesca tarea.
Y Colombia tiene también mucho que brindarle al hermano país. Más allá de la generosa ayuda que se le ha prestado a Haití en estos primeros días de angustia, la experiencia que el país acumuló en lo que fue la grande empresa que reconstruyó Armenia y la zona cafetera afectada por el terremoto de 1999 tiene mucho que aportar en esta ocasión. No en vano el Banco Mundial opinó que aquella experiencia colombiana es la más exitosa que dicho organismo internacional ha presenciado en procesos similares de reconstrucción de calamidades naturales.
El episodio bien conocido de Bolívar, cuando en 1815 planeando el reinicio de la campaña libertadora el único apoyo que encontró fue el del presidente haitiano Alexander Pètion, tenemos que recordarlo en esta ocasión. Pètion sólo le puso una condición al Libertador: que cuando triunfara sobre España liberara a los esclavos. Bolívar cumplió con esta deuda de honor en el congreso de Angostura primero, y luego en el de Cúcuta de 1821.
En cierta manera, pues, nuestra independencia se la debemos a Haití. Es la hora de reconocer con generosidad aquella deuda inmensa con el atribulado país. Como lo hizo Bolívar en su ocasión.
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