Editorial
El Mundo, Medellín
Enero 29 de 2010
Micheletti quedará en la galería de los hondureños que han puesto a su pueblo y a su Patria por encima de sus intereses personales.
Con la posesión de Porfirio Lobo como Presidente de la República, en una festiva ceremonia en el Estadio Nacional de Tegucigalpa, ante más de 30.000 personas y en presencia de varios jefes de Estado, del vicepresidente de Colombia y de numerosas delegaciones internacionales, llegó a feliz término la “Operación Honduras”, dirigida magistralmente por el presidente saliente, Roberto Micheletti, contra la ilegítima intentona del ex presidente Manuel Zelaya de romper el orden constitucional para reelegirse, emulando torpemente a su mentor y maestro, el coronel-Presidente Chávez.
Siempre pusimos en duda que lo sucedido el 28 de junio de 2009 fuera propiamente un golpe de Estado y nos inclinamos por la tesis de la Corte Suprema de Justicia hondureña en el sentido de que la deposición de Zelaya y su sustitución por el entonces Presidente del Congreso había sido “una sucesión constitucional”, respaldada por todos los poderes públicos y por la mayoría de los ciudadanos. Lo que dijimos en su momento de Zelaya y que se confirmó después cuando la CSJ lo declaró “reo de alta traición a la Patria”, es que su gobierno dejó de ser legítimo en el momento en que decidió traicionar al Partido Liberal, que lo eligió el 27 de noviembre de 2005 con el 49,9% de los votos y le entregó además unas mayorías parlamentarias, para declararse socialista e inscribir a su país en la órbita del Alba, de la que en buena hora el Congreso, por iniciativa del presidente Micheletti, decretó el retiro, antes de la asunción del nuevo Gobierno.
Que haya sido o no un golpe de Estado es una discusión inútil, pues los hechos rebasan la teoría, como quedó ampliamente demostrado con las elecciones generales de noviembre pasado, trasparentes, democráticas y pacíficas, como lo comprobó el mundo y lo tuvieron que reconocer hasta los más escépticos. En esas elecciones, convocadas mucho antes de que estallara la crisis, triunfó el candidato de la oposición, con una votación sin antecedentes en la historia democrática de Honduras, al tiempo que su partido, el Nacional, obtuvo unas mayorías en el Congreso y conquistó gran parte de las alcaldías del país. Sin embargo, fiel a su compromiso de adelantar un gobierno de unidad nacional, el presidente Lobo ha dado amplia participación en su gabinete a todos los partidos políticos: “Hoy iniciamos – dijo en su discurso - un gobierno con la participación de todos los partidos, a los que agradezco por haber aceptado formar parte de él. Hoy ya no existen los colores políticos en el gobierno, hoy todos somos Honduras”.
Le preguntó El Tiempo a Zelaya, en vísperas de marcharse a su dorado exilio en Santo Domingo, si creía que después del 27 de enero Honduras seguiría siendo “un país sin legitimidad institucional y aislado del exterior”, y respondió: “Lobo ganó las elecciones, eso es indudable, pero con un bajísimo porcentaje de asistencia a las urnas. Apenas asistió el 35% (ahí miente, porque los datos del Tribunal Supremo Electoral dieron una participación cercana al 60% del electorado). Pero ganó las elecciones, él las ganó. Yo espero de Lobo diálogo, reconciliación, reflexión. Son los mejores consejos para un gobernante”. Más que los “consejos”, lo importante de esa declaración es el reconocimiento de la legitimidad del nuevo gobierno y, por ende, del proceso electoral que concluyó con su elección. Si a ello se agrega su aceptación de la amnistía, aprobada por el nuevo Congreso y sancionada por el Presidente, que lo salvan de seguir siendo juzgado por 18 delitos, como “traición a la patria, delitos contra la forma de gobierno, contra la seguridad del Estado, sedición, abuso de autoridad y violación de los deberes de los funcionarios, entre otros”, creemos que al señor Zelaya se le acabaron los pretextos para seguir reclamando un estatus distinto al de ciudadano, a quien generosamente su pueblo le ha perdonado sus graves errores.
En todo caso, el proceso ha sido admirable y quien merece todo el reconocimiento del mundo y la gratitud del pueblo hondureño es el presidente Micheletti, quien condujo a su país por el proceloso mar de la peor crisis de su joven democracia, con una seriedad, una dignidad y una pulcritud ejemplares. Supo mantener una empatía natural con el gobierno norteamericano, empatía que éste nunca pudo hacer expresa, hasta la última oportunidad después de las elecciones, cuando notificó su reconocimiento al resultado, secundado por Colombia, Panamá, Perú, entre otros, y que fue prácticamente lo que desencadenó el proceso positivo final hacia la solución que hoy está completa y redondeada.
Micheletti tuvo todo en sus manos para convertirse en dictador y si hubiera sido un golpista, un hombre ambicioso de poder personal, la historia sería absolutamente diferente. Demostró, por el contrario, que es un gran patriota, un político serio y un estadista que salió avante en una aventura en donde, a nuestro juicio, la opinión de foros como la OEA y la propia ONU le negaron el respaldo y además de censurarlo, respaldaron al ilegitimo presidente Zelaya, en una cadena de errores de la que tendrán que ir recogiendo velas los directivos e integrantes de esos organismos que no estuvieron a la altura de las circunstancias. Entre tanto, la figura de Micheletti quedará en la galería de los hondureños que han puesto a su pueblo y a su Patria por encima de sus intereses personales y políticos.
La síntesis de todo el episodio es que nos ha permitido asistir a un gran avance democrático en Honduras. Hoy en día, ese país, que podría estar entre los más débiles, institucionalmente hablando, y en peligro de ser asaltado, queda más bien a la vanguardia de las democracias, por lo menos de Centroamérica. Con la posesión de Lobo y el triunfo de Piñera en Chile, empieza bien el 2010.
No hay comentarios:
Publicar un comentario