martes, 26 de enero de 2010

El candor de Joyandet

Vicente Torrijos

El Nuevo Siglo, Bogotá

Enero 26 de 2010

Hace pocos días, el ministro francés de cooperación, Alain Joyandet, se quejaba amargamente por la presencia de tropas norteamericanas en Haití.


Emulando al insensible cardenal de San Sebastián (España), para quien “hay males peores que los de Haití”, este ministro se descompuso al ver el despliegue de las fuerzas de ayuda de los Estados Unidos y llegó a sostener que Washington estaba “ocupando” el país.


Al alinearse con la Familia Castro y con el (autoproclamado) marxista de Miraflores, Joyandet estaba poniendo en evidencia varias cosas.


Primero, que a pesar de todos los nexos culturales con Haití, el área de influencia natural de París no es el Caribe: es África. Algo de África, para ser más exactos.


Segundo, que los haitianos tienen perfectamente claro en quienes depositar su confianza para emprender la reconstrucción. De hecho, fue el propio presidente Prèval quien solicitó la ayuda de EE.UU. y se muestra esperanzado con el papel que las auténticas democracias como México, República Dominicana, Colombia y Canadá están ejerciendo en el proceso.


Tercero, que ni la Familia, ni el neomarxista, tendrán cabida en esta empresa, con lo cual, Francia sólo tendría dos opciones: o cooperar para que se refunde el Estado haitiano, tal como sucedió con su propio país tras el glorioso desembarco en Normandía, o lamentarse junto a la Alianza Bolivariana porque no tiene ni la capacidad ni la licencia para imponer protagonismo alguno.


Cuarto, que no todos los franceses piensan lo mismo, a pesar de la relativa unanimidad con que suelen comportarse en asuntos exteriores. La muestra más clara ha sido la franqueza exhibida por el exprimer ministro Jospin cuando sostuvo, sin ruborizarse por ello, que “la logística de EE.UU. como vecino inmediato y potencia más cercana es indispensable ante la amplitud del drama”.


Para no ir más lejos, Joyandet podrá seguir mordiéndose las uñas en los Campos Elíseos hasta que le quede suficientemente claro que cuando es necesario imponer el orden en el sistema internacional, los países libres no deben andarse por las ramas esperando a que llueva maná en los campos.


Diez mil tropas, más de cien millones de dólares para empezar, y coordinación logística cada vez más precisa tanto con la Misión de la ONU como con las naciones amigas (que en vez de ideología se ven animadas por el derecho y el deber de proteger), hacen de la presencia norteamericana en Haití un ejemplo de lo que se espera de las principales potencias en casos como el de Honduras (desastre político), o el de Haití (desastre natural).

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