sábado, 30 de enero de 2010

Los informantes

Paloma Valencia Laserna

El País, Cali

Enero 30 de 2010

La propuesta del Presidente según la cual se tratará de configurar una red de mil estudiantes que actuarán como informantes de la Fuerza Pública en Medellín ha generado todo tipo de reacciones, precisamente por ello es menester analizar las críticas y observaciones.

Nadie se sorprendería si le dijeran que en la universidades colombianas hay infiltrados miembros de grupos narcoterroristas, de la mafia y de agentes al margen de la ley. Desde hace mucho tiempo la universidad está penetrada por el conflicto en el que se sacude el país. Lo contrario sería pretender que existiera tal separación de los claustros educativos de la realidad, que estaríamos en un país esquizofrénico. Las consecuencias de la infiltración se manifiestan en actos de violencia en las universidades y contra sus propios miembros, pero al mismo tiempo han tomado formas espeluznantes como aquella donde prendieron con gasolina a un policía. La guerra está en las universidades, así que con los informantes no se rompe el ambiente estudiantil ni crearán elementos de confrontación. Se trata de que la sociedad, la gente de bien, tome control sobre los escenarios donde se mueve y no siga a merced de los ilegales.

Algunos críticos han apelado al peligro que supone para el informante y su familia esa pertenencia, dejando por fuera que la sola existencia de la delincuencia ya es un peligro. La comunidad no puede tener un papel pasivo en la protección de su propia vida y suponer que mediante la vida común no provoca a los violentos. La violencia no necesita provocadores, requiere contención. La mejor arma contra el crimen no es la fuerza del Estado, es la decisión de la sociedad de no tolerarlo. Se trata de conformar herramientas no violentas de protección.

Otros sostienen que sería mejor establecer un sistema de recompensas y no un grupo de informantes a sueldo. Y esta crítica colisiona con quienes señalan que el nuevo sistema podría dar lugar a casos como los ‘falsos positivos’, donde el sistema de recompensas sobre resultados incentivó malas prácticas. La estabilidad de los sueldos rompe la necesidad de crear información para tener resultados y da la posibilidad de hacer una buena selección de los informantes, de tener un vínculo real con ellos; darles entrenamiento y tener un seguimiento sobre sus acciones.

Se ha sugerido que la existencia de informantes en las universidades es un intento por perseguir y acabar la rebeldía juvenil. Hay algo retórico en la frase, sobre todo cuando esa rebeldía es violencia que provoca la muerte de muchos otros jóvenes. Hay, además, un temor ante lo que se ha denominado la satanización de profesores y compañeros, ahí hay que distinguir la acción de proveer la información y la manera como las autoridades públicas van a utilizarla. Será necesario tener procedimientos para recibir y verificar la información, pues la recepción no significa la inmediata corroboración de la misma.

No es tampoco la delegación de una responsabilidad del Estado; todo lo contrario, genera las herramientas mediante las cuales el Estado pueda cumplirlas. Una opción sería infiltrar agentes encubiertos de la Fuerza Pública en las universidades. Pero de lo que se trata es de tender puentes entre la comunidad y el Estado. El país no puede seguir considerando que la sociedad civil es un cuerpo distinto al Estado, este es una formación teórica que debería encarnar a la sociedad misma.

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