Manuel Hinds*
Eldiarioexterior.com, Madrid
Enero 27 de 2010
Francis Fukuyama, autor de El fin de la historia y El último hombre, dio recientemente una conferencia magistral en la que notó que la pobreza es alta en el país, que la distribución del ingreso es desigual y que el país no va a tener una democracia viable hasta que estos problemas se resuelvan. Como solución, el Dr. Fukuyama ecomendó que el país hiciera un pacto que estableciera como objetivos la reversión de la desigualdad y la exclusión social.
Las ideas del Dr. Fukuyama han sido recibidas como enormemente originales por mucha gente, la muestra de un cambio en la ideología de la derecha. En realidad no son nada originales, ni en la derecha ni en la izquierda, lo cual por supuesto no quita su mérito. Hay dos problemas fundamentales en las ideas del Dr. Fukuyama, sin embargo, las dos ligadas al énfasis que él le dio a la desigualdad en vez de dársela a la reducción de la pobreza. Primero, él no dijo cómo se puede reducir la desigualdad en la distribución del ingreso. El sólo decir que debería de hacerse lo puede hacer cualquiera. Lo importante es saber cómo hacerlo.
Segundo, un momento de reflexión muestra que el objetivo principal debe ser reducir la pobreza, no reducir la desigualdad, ya que en una alta proporción de las decisiones puede haber un conflicto entre estos dos objetivos. Suponga, por ejemplo, que hay una economía en la que todos tienen el mismo ingreso —bajo pero igual para todos— obtenido, supongamos, recogiendo cocos y exportándolos. Supongamos que entre la población sale alguien que decide poner un negocio para extraer el agua de los cocos y hacer una mezcla para bebidas, que puede vender con el triple de utilidades de las proporcionadas por los cocos, aun si paga a la gente el doble de los salarios que ahora están ganando. Este proyecto aumentaría la producción en el país, disminuiría sustancialmente la pobreza (los trabajadores ganarían el doble de lo que ganan ahora) pero empeorarían la distribución del ingreso, ya que el empresario ganaría el triple mientras que los trabajadores ganarían sólo el doble. Esto sería así en cualquier inversión en la que el inversionista y los gerentes ganen más que los obreros. ¿Deben detenerse las inversiones para que no se empeore la distribución del ingreso?
Un ejemplo claro de la posible contraposición de los dos objetivos lo proporciona el desarrollo de China en los últimos treinta años. A principios de los ochenta, cuando China era todavía una economía comunista, el 54 por ciento de la población vivía en la pobreza. Conforme la economía se fue liberalizando hasta convertir a China n uno de los países más capitalistas del mundo, la pobreza cayó muy rápidamente, hasta el punto que para principios de los 2000 representaba menos del 10 por ciento de la población. Por supuesto, la misma inversión que dio tantos trabajos de gran valor agregado a los obreros chinos también dio grandes utilidades a los inversionistas y dio más ingresos a unos obreros que a los demás. El resultado es que el mismo proceso que redujo la pobreza hizo también la distribución del ingreso menos igualitaria en cuatro dimensiones: el ingreso de las provincias costeras (más abiertas al resto del mundo) es ahora mucho mayor que el de las provincias interiores (la provincia más rica tiene ahora un ingreso que es 10 veces el de la provincia más pobre, peor que en Brasil, en donde el número es 8,1 veces); con el desarrollo de la industria y los servicios, las áreas urbanas se han hecho mucho más ricas que las rurales; los que están en la economía formal se han hecho más ricos que los que se mantienen en la informal; y ha surgido una clase empresarial enormemente rica, que gana mucho más que sus obreros (datos de Jacques, Martin, When China Rules the World, The Penguin Press, New York, 2009).
Es obvio que sólo un envidioso preferiría seguir en la pobreza con tal de que nadie gane más que él o ella. Sólo un envidioso diría que China debería de haber parado las inversiones que han eliminado casi totalmente su pobreza porque como resultado de ellas algunos chinos se han hecho más ricos que otros.
Así, lo primero que tenemos que definir es que lo que queremos es disminuir la pobreza, no reducir la desigualdad. Inmediatamente después debemos encontrar una manera que reduzca la pobreza. Siendo la educación la fuente de toda riqueza, es claro que una de las acciones que debemos reforzar es la de dar a los pobres más acceso a mejor educación y a mejor salud. Este debería de ser el objeto de un pacto como el que Fukuyama, al igual que muchos otros, ha propuesto para el país. El problema es que mientras la población se deje ir por palabras populistas y evite pensar seriamente en las realidades del país, el análisis en serio del problema del crecimiento no será sexy para los políticos. Si esto sigue así, la visita de Fukuyama se añadirá a la larga lista de visitantes que han notado que el país no está desarrollado; que hay pobreza; que la distribución del ingreso no es igualitaria; y que los salvadoreños deberíamos hacer algo en este respecto.
*Manuel Hinds ex Ministro de Finanzas de
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