Santiago Montenegro
El Espectador, Bogotá
Enero 25 de 2010
Mirando en directo por televisión las elecciones chilenas sentí emociones grandes y encontradas.
Por un lado, cuando Eduardo Frei estrechó en un abrazo a Sebastián Piñera, ganador de las elecciones presidenciales, en la propia sede del presidente electo en el Hotel Crowne Plaza, me embargó un enorme sentimiento de admiración y respeto por la madurez de la democracia liberal chilena. En la esfera de las instituciones políticas, ese estrecho abrazo fue un símbolo más de la entrada de Chile al club de los treinta países más desarrollados del mundo, evento que se formalizó cuando fue aceptado en la OECD hace pocas semanas en París. Pero, al mirar estos acontecimientos, me embargó también un sentimiento de angustia al constatar el camino que le falta a Colombia por recorrer y alcanzar esa madurez institucional y tantas otras metas que ha alcanzado Chile en los últimos veinte años. A comienzos de los años noventa, Colombia y Chile eran, no sólo muy parecidos en indicadores sociales y económicos, sino que, en la esfera internacional, los dos países eran percibidos con los mejores prospectos de América Latina. En particular, se tenía mucha fe en el futuro de Colombia. A pesar de las altas tasas de violencia, de la guerrilla y del narcotráfico, se consideraba que las instituciones políticas de Colombia eran mucho más sólidas que las de Chile, que apenas recuperaba su democracia. Infortunadamente, hoy en día, Chile nos adelanta prácticamente en todo y con mucha distancia. En los últimos veinte años, logró reducir la pobreza de 38 a 13%, en tanto la nuestra está en un 45%; la violencia, medida por la tasa de homicidios, es una de las más bajas del mundo con un 1,7 homicidios por cien mil habitantes, en tanto la nuestra está en 35, la décima más alta entre 144 países. Por haber mantenido superávits fiscales y haber ahorrado las bonanzas externas, durante todos estos años, no sólo ha mantenido grado de inversión, sino que ha tenido elevadas tasas de crecimiento que han llevado a un ingreso per cápita de US$14.500 (según el FMI, en PPP), un 75% más alto que el de Colombia. Para lograr este elevado nivel de ingreso, Chile también reformó muchas instituciones, incluyendo el Ministerio de Obras Públicas, para atraer la inversión privada a las obras de infraestructura, lo que se plasmó en uno de los mejores sistemas de autopistas del mundo. En tanto Chile tiene unos 1.200 kilómetros de carreteras pavimentadas por habitante, Colombia sólo tiene 180.
Chile invierte mucho más en ciencia, tecnología e innovación y tiene mayor cobertura y mayor calidad que nosotros en todos los niveles de educación y también en salud y pensiones. Los colombianos de todas las orientaciones ideológicas y de todos los sectores y de todas las regiones tenemos que analizar qué hemos hecho mal para habernos rezagado tanto durante estos veinte años. Por supuesto que la violencia ha tenido su parte de responsabilidad. Pero no toda. Mirando el encuentro entre Frei y Piñera es claro que la estabilidad y la predictibilidad institucional de Chile es algo que nosotros teníamos en el pasado y que, infortunadamente, hemos perdido. Con esta transición política, con la entrada en la OECD, con los indicadores sociales y económicos, Chile nos está diciendo adiós. Los colombianos de todas las tendencias tenemos que ponernos de acuerdo en unos temas fundamentales para implementar unas políticas efectivas que conviertan ese adiós en tan sólo un hasta luego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario