Salud Hernández-Mora
El Tiempo, Bogotá
Enero 24 de 2010
La ONU fracasó en Haití. Mostró su cara más real, la que habla de una organización paquidérmica, que soporta una burocracia atrofiada, gigantesca, condenada a repetir sus errores. Y Brasil demostró de nuevo que está biche para ser potencia.
El organismo internacional no llegó el día del terremoto a la isla, como algunos pensarán dada la lentitud con que se movió para enfrentar la catástrofe, sino que lleva seis años en el terreno con una misión especial, bajo el nombre de Minustah, gastando unos seiscientos millones de dólares anuales. Pero, como dijo alguien que conoce su trabajo, si mañana empacan y se van, no habrán dejado huella.
Basta pasearse por los parqueaderos donde guardan sus estupendas camionetas, todas brillantes pese a las calles polvorientas de la capital haitiana, para hacerse una idea del destino de sus ingentes gastos. Siempre pierdo la cuenta cuando llego a setenta.
Los tres primeros días tras el sismo, todo lo que se les ocurrió fue acantonar a sus funcionarios en la sede de la misión. Su otro centro de trabajo, instalado en el antiguo hotel Cristhopher, se desplomó matando a un elevado número de funcionarios, jefes incluidos. Es lógico que se preocuparan de los suyos, pero no les exime de su responsabilidad para con los haitianos, abandonados a su suerte en la peor catástrofe que ha sufrido nuestro hemisferio.
Preocupados como estaban de recuperar vivos a sus empleados, lo cual, insisto, es comprensible, ignoraron no sólo a Puerto Príncipe sino a otras localidades que fueron devastadas. A Leogane, a dos horas de camino de la capital, demoraron cinco días en llegar para evaluar el desastre, y aún más a los pueblos circundantes.
Cuando escribo es viernes y todo lo que han conseguido es hacer unos pocos repartos de alimentos y agua y generar caos porque los ciudadanos, hambrientos, sedientos y agotados, se abalanzan desesperados sobre los camiones para hacerse con los víveres. También han denunciado, cuando el mal está hecho, que se robaron unos niños huérfanos, igual que ocurrió en el tsunami. A estas alturas y con tantas catástrofes naturales vividas, una pensaría que ya tendrían preparado un plan de contingencia para desarrollarlo en 24 horas.
Tampoco los brasileños, que lideraron en estos años el contingente militar de los cascos azules, conformado por nueve mil hombres de distintas nacionalidades, pudieron garantizar la seguridad. De ahí que los gringos tuvieran que acudir a imponer orden. Luego los criticarán y repetirán la tradicional cantaleta de que quieren invadir el país o le darán crédito a la última majadería chavista, esa que afirma que los gringos poseen una máquina para provocar terremotos de grandes magnitudes. Lo cierto es que con ellos en las calles los haitianos se sienten seguros, su sola presencia serena los ánimos de los violentos si bien, hasta el momento, es esporádica y fugaz, como fueron escasos los brotes violentos aunque algunos medios de comunicación los magnificaran.
También ellos, y no los brasileños, tomaron el control del aeropuerto y después del puerto, dañado por el terremoto, y que pusieron de nuevo en funcionamiento.
No sólo Brasil quedó en un plano invisible, sino Venezuela, inexistente en estas crisis donde intervienen las potencias serias y los países que tienen instituciones. No enviaron ni rescatistas, ni bomberos, ná de ná, comandante. Tan sólo unos médicos se aparecieron un día por el Hospital de la Paz que manejan cubanos, españoles, chilenos y colombianos, y desaparecieron al poco tiempo. Dejaron, eso sí, su bandera junto a las otras, porque el de Chávez es el gobierno de las gesticulaciones, los pantallazas y las pocas obras. Ahí les dimos un buen repaso porque nuestra gente, doy fe, tanto uniformados como civiles, dio ejemplo de profesionalidad, entrega y generosidad.
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