martes, 26 de enero de 2010

Si Venezuela quisiera

Fernando Londoño Hoyos

La Patria, Manizales

Enero 26 de 2010

Dicen las noticias internacionales que Venezuela podría doblar a Arabia Saudita en reservas petroleras. Dicho más simplemente, que nuestro vecino es el país más rico del mundo, así el petróleo de la franja del Orinoco, del que tal vez algo nos toque, sea muy pesado y requiera por lo mismo esfuerzos adicionales de refinación. No importa. Petróleo es petróleo y el que lo tiene está hecho, como dicen los jóvenes de hoy.


Si por un momento hiciéramos abstracción del problema político, pensaríamos en la Venezuela de los sueños. Con esa colosal fortuna entre manos, invitaría las más grandes empresas del mundo, que con reglas claras y firmes llegarían sin tardanza, con su tecnología, sus expertos y sus ambiciones legítimas a sumarse a esa causa maravillosa. Y no sólo llegarían a sacar el petróleo, sino a construir las mejores refinerías del planeta, y con ellas una industria petroquímica de fábula, que a su turno irradiaría hacia la creación de centenares o miles de compañías que aprovecharían gustosas semejante entorno, para crear el primer parque industrial del mundo.


Con esas disponibilidades a la mano, como no fuera menester y posible, desarrollar una agricultura con tecnología de punta, favorecida con las grandes vías, los grandes puertos, los aeropuertos inmensos que competirían en condiciones con los que China está construyendo.


Ni qué decir tiene que en ese ambiente los jóvenes venezolanos verían abierto el panorama para entregarse a lo mejor de la ciencia y lo más calificado de la tecnología, lo que supondría abrir por todas partes grandes centros universitarios y tecnológicos, que alimentarían el proceso incomparable que allá se viviera. Pero como es obvio, de la mano de tanta riqueza y tan infinitas posibilidades, tendrían que aparecer los financistas, los juristas, los pensadores que le den forma a ese colosal empuje material. Venezuela sería una potencia democrática, cultural, moral de primer orden.


Vemos los ríos venezolanos surcados por embarcaciones de todo tipo, sus autopistas fantásticas con automóviles y vehículos de carga sin número, sus poderosas centrales de generación eléctrica, ofreciendo a toda América la que llegara a necesitar. Planes gigantescos de reforestación, para acomodar el medio ambiente a ese desarrollo portentoso, y en la mitad un pueblo feliz, armonioso, de elevadas miras y de pasión por el estudio, la investigación, la ciencia y la filosofía.


Nadie podría declararse satisfecho con semejante emporio de la producción y el desarrollo material, si no viniera de la mano la excelencia del hombre y la mujer de Venezuela. Y entonces sí, veríamos la patria de Bolívar coronada con el laurel del heroísmo y adornada con el cetro del poder. Venezuela sería el impulso de progreso para toda América y el equilibrio del mundo cambiaría.


Pero todo esto parece soñado sobre nuestro Chimborazo. Entre las nieblas de la mañana quisiéramos disipadas las brumas y refulgente el brillo de tan altas realidades. Pero ¡ay! Chávez forma parte de la historia. Con sus camisas rojas que predican odio. Con su visión chata del porvenir, que no conduce sino al socialismo que ya fracasó en todo el mundo. Con su pequeñez, su venalidad, su incompetencia para comprender el futuro y para gobernar un pueblo. Ya declaró formalmente maldito el petróleo, sólo porque no supo qué se hacía con tanta riqueza. Por ahí dicen que Dios le da comida al que no tiene dientes.


Si Venezuela quisiera, cerraría esa página amarga y mandaría de paseo al tiranuelo que la oprime. Y se propondría ser lo que le corresponde ser. Lo que arriba dijimos, que no es una utopía. Es lo que haría cualquier Nación con aspiraciones, siquiera las más elementales para no resultar inferior a su destino. Los venezolanos tienen la última palabra. Si quieren ser grandes, ricos, felices, o si prefieren seguir regalándose mercados a costa del porvenir. Y detestando al vecino. Y pateando “escuálidos” para serlo de veras.
Nadie tuvo tanto en sus manos. Ellos dirán.

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