Editorial
El Colombiano, Medellín
Febrero 6 de 2010
La designación de Bill Clinton como responsable de liderar la reconstrucción de Haití es una gran noticia en medio de tantas malas. Mientras la cifra de muertos ya ascendió a 212 mil, los damnificados pasan de seis millones, tres de los cuales viven bajo plásticos en las calles, y la anarquía recorre muchos sitios donde no hay presencia humanitaria. Por eso, la tarea del ex Presidente de Estados Unidos será de dimensiones históricas.
La garantía de la comunidad internacional de que no abandonará su responsabilidad de levantar un "nuevo Haití", no sólo física, sino institucionalmente, depende del liderazgo y experiencia de Clinton. Su figura ha emergido como la esperanza que tienen los haitianos para salir de su tragedia. Los países que han volcado su ayuda en la reconstrucción encontraron una salvaguarda que evite que los multimillonarios recursos que se necesitan se desvíen para otros fines, una constante en la historia de Haití.
Las dificultades propias de un terremoto que acabó con poco más del 75 por ciento del país, y la frágil institucionalidad hacen impensable, empero, que Clinton solo pueda acometer la descomunal tarea de devolverle la viabilidad como Estado a Haití. Lo que sí es posible es comenzar a diseñar el "Plan Clinton", una versión moderna y mejorada del "Plan Marshall", en la que se conjuguen todos los mecanismos de cooperación, ejecución y vigilancia, en la reconstrucción.
No es el momento para que la tragedia caribeña alborote los instintos colonizadores que aún mantienen ciertos países ni el populismo retrógrado de otros. Ojalá que la reunión de Unasur que se programó para el próximo martes, con Haití como tema central, no se convierta en un show mediático estilo "Aló Presidente", con Rafael Correa como moderador.
La solidaridad que ha mostrado el mundo, en esta y en tantas otras catástrofes, debe traducirse en gobernabilidad para los haitianos. La reconstrucción no puede darse a espaldas de sus dirigentes, por más errores, abusos y equivocaciones que se pudieron haber cometido en su atropellada carrera como nación.
Cuando las responsabilidades son tantas, demandan tanto tiempo y necesitan padrinos, el nombramiento de Bill Clinton debe generar la llegada de muchos otros padrinos para Haití. Colombia debe ser uno de ellos, pues toda la experiencia acumulada en la atención de desastres, como el terremoto del Eje Cafetero, será el mejor regalo que les podemos dar a nuestros hermanos haitianos.
El círculo de solidaridad que abrió la comunidad internacional con su ayuda debe ser el círculo que cierre Haití para sepultar su tragedia y su dolor. Y sobre todo, su pobreza.
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