jueves, 11 de febrero de 2010

La alianza de Pastrana

Ernesto Yamhure

El Espectador, Bogotá

Febrero 11 de 2010

En la campaña de 1998, Horacio Serpa era de lejos el gran ganador. Todos los sondeos indicaban que el ex ministro ganaría la Presidencia de la República.

Dentro del liberalismo había consenso respecto de su nombre y sobre la imbatibilidad de su aspiración. Todo parecía estar consumado. La única duda giraba entorno al momento exacto de la victoria, pues algunos pronosticaban que ésta se daría en la primera vuelta.

Alfonso Valdivieso intentó abrirse un espacio dentro del Partido Liberal, pero fue imposible. Le cobraron su implacable labor como fiscal general y arquitecto del célebre proceso 8.000, investigación que puso de presente la alianza del cartel de Cali con la campaña de Ernesto Samper.

Las posibilidades de la oposición parecían nulas. Andrés Pastrana cargaba con un insoportable índice de impopularidad. Sus opciones electorales escasamente sobrepasaban el margen de error en las encuestas y el conservatismo veía con recelo su candidatura. El entonces jefe de la colectividad, Fabio Valencia Cossio, patrocinó la candidatura de Juan Camilo Restrepo, a quien una franja importante de conservadores veían con más opciones de triunfo.

Pero Pastrana fue más hábil y logró que la convención de su partido le diera la victoria y lo ungiera como candidato único a la Presidencia.

Desafortunadamente, los votos no le alcanzaban, razón por la que decidió presentarse como un candidato “suprapartidista”, matizando a más no poder su naturaleza conservadora y firmando alianzas con diferentes sectores políticos que en poco o nada se compadecían con el ideario de Caro y Ospina.

Los asesores de la campaña pastranista idearon la figura de la “Gran Alianza por el Cambio”, de la que hicieron parte encumbradas figuras del liberalismo como Humberto de la Calle, Luis Guillermo Giraldo y, por supuesto, Alfonso Valdivieso, quien declinó su aspiración para unirse a esta empresa política.

Todo esto se hizo antes de la primera vuelta y fue fundamental para que el candidato de coalición pudiera pasar a la segunda, pues Noemí Sanín, que entonces fungía de independiente (cómo da vueltas la vida: hace 10 años la ilustrísima ex embajadora negaba su condición conservadora y renegaba de los partidos tradicionales), por poco y le gana.

Si en 1998 fue legítimo que el conservatismo hiciera alianzas con liberales, independientes, ambientalistas y hasta ex guerrilleros para lograr hacerse al poder, ¿por qué hoy el beneficiario de dicho entendimiento se rasga las vestiduras criticando los acercamientos que Andrés Felipe Arias ha tenido con los distintos sectores de la coalición defensora de la Seguridad Democrática?

Ahí vamos diferenciando el comportamiento de las dos vertientes del conservatismo. Por un lado registramos la campaña de Noemí, integrada por lo más excelso del pastranismo: Juan Gabriel Uribe, Jaime Ruiz, Ángela Montoya y el propio Andrés Pastrana. Frente a ellos está Andrés Felipe Arias, rodeado de la base conservadora que defiende la Seguridad Democrática y que se la juega a fondo por la continuidad de las políticas del presidente Uribe.

Se dice que el Partido Conservador debe tener vocación de poder. Claro que la tiene, pero los azules deben ser realistas. Solos, sin hacer alianzas, sin acordar programas con otras fuerzas afines, es absolutamente imposible que logren hacerse al poder, o que al menos mantengan el que hoy ostentan, porque gústele o no al doctor Andrés Pastrana, el conservador es hoy el partido de gobierno, independientemente de que Álvaro Uribe no milite en sus filas.

Para la continuidad de la Seguridad Democrática es fundamental que el Partido Conservador siga dentro de la coalición y la única persona que garantiza esta unidad es Andrés Felipe Arias.

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