Fernando Londoño Hoyos
La Patria, Manizales
Febrero 2 de 2010
En esta tragicomedia los papeles están perfectamente claros. La comedia la pone el camarada Chávez y el pueblo de Venezuela, la tragedia. Y así será, pero por un tiempo breve. Porque esa olla a presión estallará pronto y quemará al payaso. No resulta fácil anticipar cómo se desencadenará el triste final de esta aventura. Lo que a ciencia cierta sabemos es que se desencadenará. En circunstancias parecidas, Talleyrand le dijo a Napoleón estas palabras premonitorias: “con las bayonetas, sire, se puede hacer cualquier cosa, menos sentarse en ellas”. Y Chávez, a falta de mejor alternativa, viene sentado hace rato en las bayonetas. Y terminará por sentirlas carne adentro.
En lógica política, el régimen del déspota caribeño debería deshacerse tan pronto su pueblo decidiera preguntarle lo que ha hecho con los novecientos cincuenta mil millones de dólares que han pasado por sus manos en estos diez años. Para tener una referencia, a precios de hoy, en relación con el PIB de los Estados Unidos, el plan Marshall costó doscientos mil millones de dólares. Que bastaron para salvar a Europa de la atroz crisis de la segunda posguerra y para construir la que sigue siendo la segunda potencia económica del mundo. Chávez despilfarró casi cinco veces esa cantidad y en Venezuela no quedó nada. Porque no hay una carretera, no hay un puerto, no hay una línea de ferrocarril, ni una refinería, ni industria petroquímica, ni electricidad, ni una presa nueva donde almacenar agua.
Y es precisamente por estas carencias por las que al parecer va a reventar el régimen. Porque los venezolanos no tienen agua para beber, ni tienen electricidad para trabajar y alumbrarse. Lo que hace más afrentosa su condición y más insostenible su vida cotidiana. Ya era bastante con que no hubiera cosa que comprar en los mercados, porque el país nada produce y porque el bloqueo a Colombia fue para Chávez como tomar arsénico. Es inevitable que la paciencia se agote cuando faltan la carne y el azúcar y el aceite y la leche y el café y el papel higiénico. Y cuando los ofrecen en las tiendas, vienen a precios prohibitivos. Porque nos quedaba por decir que Venezuela soporta la peor inflación de América, ya antes de que estalle la espiral de precios que fatalmente producirá la devaluación. Esa incomprensible devaluación que al paracaidista coronel le vendieron como la manera de duplicar en bolívares los ingresos de PDVSA, que es la caja menor del palacio de Miraflores. Lo que no le dijeron a este incipiente economista, es que una devaluación de ese estilo también duplica los medios de pago en circulación y con ellos los costos que la gente tiene que soportar para vivir.
Ya con todos estos elementos en el menú se daría por descontada la caída de tan extraño gobernante. Pero lo peor será el apagón definitivo. Porque cualquiera entiende que el fenómeno del Niño está haciendo de las suyas y que allá como aquí padeceremos sed y en alguna medida hambre. Pero que el país del mundo más rico en reservas petroleras no tenga gigantescas usinas movidas con petróleo para abastecer medio continente, no lo entiende nadie, y menos lo acepta un pueblo que teniéndolo todo, echa todo de menos.
Chávez se va a caer. Ahora todo depende de cómo sea aquello. Esperamos que sin derramamiento de sangre, que sería sumarle crueldad a la estupidez. Chávez no puede matar a la gente que protesta, como amenaza cada cinco minutos con hacerlo. Si quiere algo de compasión para él y sus áulicos, debe economizarle al mundo ese espectáculo insolente y atroz. Para entender, simplemente, que lo suyo fue imposible. Pero que no puede rematarlo con un ametrallamiento salvaje. Sus mentores cubanos, especialmente ese asesino envejecido de Castro, se lo aconsejan a cada minuto. Dios quiera que prevalezca un poco de la indígena malicia que Chávez lleva copiosamente entre sus venas. Y que prefiera una abdicación honrosa, antes que una derrota catastrófica. En sus manos está. Y es lo último que queda entre sus manos.
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