Editorial
El Mundo, Medellín
Febrero 21 de 2010
Para nosotros, es una movida típica de gobierno en apuros, en busca de mejorar sus índices de respaldo popular.
Acosada por escándalos de corrupción, en medio de una crisis económica caracterizada por alta inflación y aumento de la pobreza, y ante una fuerte caída del respaldo popular a su gobierno, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner resolvió agitar la bandera nacionalista y revivir el viejo pleito con Gran Bretaña por la soberanía sobre las Islas Malvinas.
Para ello dictó un decreto presidencial que dice: “Todo buque que se proponga transitar entre puertos ubicados en la Argentina continental y las Malvinas o atravesar aguas jurisdiccionales argentinas a Malvinas, o cargar mercadería entre estos puertos, tendrá que solicitar autorización previa al Gobierno argentino”. Su jefe de gabinete, Aníbal Fernández, salió a explicar que era una “medida necesaria para garantizar la defensa de la soberanía y de los recursos que pudieran existir en las Malvinas”.
Como era de esperarse, la reacción de Londres fue inmediata y enérgica, a través de su embajada en Buenos Aires: “El Gobierno británico no tiene ninguna duda sobre su soberanía sobre las Malvinas y su territorio marítimo circundante ni sobre la legitimidad del emprendimiento de exploración petrolera… La manera en que la Argentina aplica las leyes dentro de su propio territorio es un tema de su propio gobierno, pero la manera en que las autoridades de las Falklands aplican la ley dentro de su jurisdicción, es un tema del Gobierno de las islas que actualmente pertenece a Reino Unido”.
El diferendo de las Malvinas ha sido tema recurrente de los gobiernos argentinos y los Kirchner sí que han hecho de ello una bandera desde sus inicios en el poder. Néstor Kirchner había prometido en su discurso de posesión en mayo de 2003: “Venimos desde el sur de la Patria, de la tierra de la cultura malvinera y de los hielos continentales y sostendremos, inclaudicablemente, nuestro reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas”.
Doña Cristina también hizo lo propio, y de tiempo en tiempo ha vuelto sobre el tema. En marzo del año pasado, generó malestar de la contraparte británica al comparar el caso de Malvinas con el conflicto en Medio Oriente, en su discurso ante la II Cumbre de Presidentes de América del Sur y de los Países Árabes, en Qatar. Y en diciembre del mismo año elevó una queja ante los gobiernos de España y Portugal, por la inclusión de las islas como territorio británico en la Constitución Europea. Pero hasta ahora no se había atrevido a desafiar al imperio británico con una restricción de su movilidad en aguas argentinas, de paso hacia las Falklands, con la aparente pretensión de sabotear sus planes de exploración petrolera.
La medida tiene antecedentes recientes que, sin embargo, no habían merecido una reacción airada de los flemáticos ingleses. Hace unas semanas, ante el anuncio de que la petrolera Desire Petroleum iniciaba exploraciones en aguas al norte de las Malvinas, el gobierno argentino amenazó con “demandas judiciales en los máximos tribunales por la potencial exploración y explotación de recursos argentinos” y, además, prohibió la operación en puertos argentinos del buque Thor Leader, en el que la petrolera británica transporta al archipiélago equipos y material para la exploración.
Para nosotros, es una movida típica de gobierno en apuros, en busca de mejorar sus índices de respaldo popular. En Argentina, según muchos analistas, la situación es muy difícil y puede volverse peor. Aparte de la crisis económica, dos miembros de su gabinete, entre ellos su secretario privado, debieron renunciar por acusaciones de enriquecimiento ilícito. La propia Presidenta ha sido objeto de fuertes cuestionamientos de la oposición y de denuncias aparecidas en grandes periódicos, como Clarín y La Nación, porque, junto a su marido, habría incurrido en un incremento patrimonial de más del 500% desde que están en el gobierno.
Lo grave es que, para desviar la atención de sus problemas internos y tratar de salvar a su partido de una próxima derrota electoral, se le ocurra a la presidenta agitar la bandera contra el imperio británico, como lo hizo a comienzos de los 80 del siglo pasado el General Leopoldo Galtieri, cabeza de una dictadura militar en absoluta decadencia. Claro que, como lo advierte con fino humor el columnista de The Guardian, Simon Tisdall, “Cristina no es Galtieri” y su actual confrontación con Gran Bretaña podría ser una repetición de la historia, ya no como tragedia sino como farsa. Por eso recomienda que, frente a todos los desafíos, que pueden ser insuperables a la hora de buscar y encontrar petróleo en la zona en disputa, “antes de hacer nada estúpido, lo mejor que puede hacer la Argentina de Kirchner es esperar y ver si hay algo por lo que valga la pena pelear”. Estamos de acuerdo.
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