Plinio Apuleyo Mendoza
El Tiempo, Bogotá
Febrero 10 de 2010
Muchos colombianos nos sentimos hoy distantes de los partidos, de los viejos y de los nuevos. Cuando fui bautizado con los dos nombres imposibles que cargo, quedé matriculado en el Partido Liberal, el de mis padres, abuelos y tatarabuelos. Pero no sé a qué horas me aparté de esa militancia. La paradoja es que sigo siendo fiel a las ideas liberales (satanizadas a veces con el rótulo de neoliberales) mientras que el Partido Liberal se apartó de ellas para entrar en los linderos del socialismo, el democrático en unos casos y en otros, como el de la dama del turbante rojo, muy próximo al chavismo. Así que hoy en día formo parte en Colombia de la enorme franja de los independientes, decisivos en toda elección presidencial.
¿Por qué, no sólo en Colombia sino en muchos países del continente, amplios sectores de la sociedad civil se han divorciado de los partidos? Para mí, la culpa es de una clase política que se sirve de ellos como su coto de caza y, olvidándose de principios, forma un mundo aparte con una red de caciques electorales a los cuales les ofrece toda clase de prebendas. Yo te doy, tú me das, es el verbo que conjuga. Y a ese clientelismo va adherida la inevitable corrupción.
En Colombia, Uribe resultó elegido por esa gran franja independiente, que ahora, en las cercanías de las elecciones presidenciales, se pregunta, confusa, qué camino seguir. Si el presidente Uribe llegase a ser candidato a un tercer mandato, una gran parte de esa franja votaría por él. Pero si se cae el referendo, va a encontrarse ante un abanico de candidatos que la divide en vez de unirla. Lo advierte uno cuando se sienta a una mesa con amigos y encuentra que sus opciones son con frecuencia distintas y a veces vacilantes.
Desde luego, hay candidatos más favorecidos que otros por esa franja independiente. Noemí Sanín es la precandidata conservadora con mayor audiencia en esta vasta zona de opinión.
De ahí su evidente ascenso. Se le ve como una figura limpia, ajena a los juegos de la vieja política electoral, activa, eficiente y con un buen manejo de las relaciones internacionales. Tras los escándalos del Agro Ingreso Seguro, los independientes miran con sumo recelo a Andrés Felipe Arias.
También tienen acciones en este sector de la opinión Juan Manuel Santos, Fajardo y, desde luego, el alegre trío compuesto por Mockus, Peñalosa y Lucho Garzón. ¿En que proporción? Difícil saberlo. Hay independientes que ven a Santos como un seguro continuador de la política de seguridad democrática. Otros temen la explosiva situación que un triunfo suyo crearía con los gobiernos de Venezuela y Ecuador. Los tres tenores aportan un aire de buen oxígeno en la contienda electoral. Fajardo, otra figura limpia de clientelismo, tiene buena aceptación entre los jóvenes, pero su ambigüedad inquieta a muchos independientes. Y aunque Vargas Lleras expone muy bien sus programas, justa o injustamente se le ve muy cercano a los manejos políticos tradicionales. Rafael Pardo y Petro difícilmente pueden proyectarse más allá de sus respectivos partidos. Su cerrada oposición a Uribe les da dividendos entre sus militantes, pero no les gana adeptos fuera de ellos.
No obstante, a tres meses de las elecciones, nada está decidido. Sería grave que los electores se guiaran sólo por efectos mediáticos. Libres de compromisos partidistas, sería deseable que den su voto por quien dé un nuevo alcance al tema de la seguridad, afronte el gravísimo problema de la corrupción y tenga propuestas confiables en los temas de la salud, el empleo y la educación. El juego está abierto. ¿Inquietante? No lo creo. Después de un gran presidente, nuevas alternativas van a mostrar que la democracia colombiana no ha perdido su rumbo.
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