sábado, 20 de febrero de 2010

Y ella hará lo demás

Adriana La Rotta

El Tiempo, Bogotá

Febrero 20 de 2010

HONG KONG. Un amigo me hizo llegar hace unos días el libro 'Nacer mujer en China', de la escritora Xue Xinran, quien antes de emigrar a Inglaterra en 1997 era una conocida presentadora de un programa radial en Nanjing, en el oriente de China.


El programa de Xinran se llamaba Palabras en la brisa nocturna y, sin que ella se lo propusiera, se convirtió en una ventana para que cientos de mujeres chinas abrieran sus corazones y ventilaran sus desdichadas existencias.

En China, la política del hijo único ha convertido el aborto selectivo en una práctica común, y el nacimiento de una niña, especialmente en las zonas más pobres y aisladas del país, es recibido por muchas familias como una calamidad. Nacer mujer en China, como lo explora Xinran en el libro que menciono y que se consigue en Colombia en español, es nacer con desventaja.


Ser mujer es una desventaja no solo en China, sino en muchos otros países en donde la devaluación de la mujer es histórica. Hay 600 millones de niñas en los países en desarrollo y muchas de ellas son objeto de discriminación y violencia, están obligadas a trabajar y, en vez de ir al colegio, tienen que encargarse de las labores domésticas. En el caso de varios países de Asia, las niñas son también forzadas a casarse en la pubertad.

Dos terceras partes de los jóvenes que hoy no reciben educación son mujeres, y el resultado de esa distorsión es que las sociedades están eliminando de la ecuación del cambio a la fuerza más poderosa que hay en el planeta. Exactamente: la fuerza de cambio más poderosa del planeta.

Lo sabe el economista y premio Nobel Muhammad Yunus, inventor del microcrédito, que debe el éxito de su concepto a que la mayoría de las beneficiarias de micropréstamos en el Tercer Mundo son mujeres.

Lo sabe también Greg Mortenson, autor del best seller 'Tres tazas de té' y cabeza de una fundación que les ha dado educación a 60.000 estudiantes, en su mayoría niñas, de Pakistán y Afganistán: "No hay nada que se le asemeje a la cascada de efectos positivos que se desencadena cuando una niña aprende a leer y escribir".


Una niña con siete años de educación se casa en promedio cuatro años más tarde y tiene 2,2 hijos menos que otra que no llegó a ese nivel. Cada año de primaria que completa una niña representa un aumento del 15 por ciento en sus ingresos futuros. Y, como todos sabemos, las mujeres reinvierten casi todo su salario en la familia, mientras que en los hombres esa proporción no llega ni a la mitad.


Es lo que se conoce como el 'Efecto Niña' -no confundirlo con el fenómeno meteorológico de 'La Niña'- y de cuya existencia los investigadores sociales encuentran cada vez más evidencia. Cuando en un país hay un diez por ciento más de niñas que terminan bachillerato, la economía en general crece un tres por ciento adicional.

El 'Efecto Niña' es también una receta para la paz. En el caso de Greg Mortenson y las niñas que educa en Asia Central, la educación que reciben esas mujeres es la mejor vacuna contra la ignorancia, de la que se alimentan los fanáticos religiosos y los extremistas.

Muchos dirán que los problemas de Colombia son más graves y más agudos como para andar pensando en que las niñas tienen que ir al colegio. Están equivocados. Propiciar que más niñas tengan acceso a la educación y apoyarlas para que, a pesar de las presiones externas, no abandonen hasta que se gradúen de bachilleres debe convertirse en una prioridad.


Asegurar la educación de las mujeres fue uno de los temas más discutidos este mes en el Foro Económico de Davos, en Suiza, y es una idea cada vez más difundida en Asia, en donde vive el 60 por ciento de la población mundial.

No es una cuestión de caridad, sino de diseño y aplicación de políticas gubernamentales que conduzcan al desarrollo. Como dicen los promotores de la idea: para cambiar el mundo sólo es necesario invertir en una niña y ella hará lo demás.

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