Editorial
El País
Marzo 17 de 2009
El nuevo presidente, Mauricio Funes, aunque representa al antiguo movimiento guerrillero, no fue nunca militante de esa organización ni de ningún partido político. Su aura de periodista independiente fue un factor favorable para captar el voto de los ciudadanos indecisos, que tal vez no se hubieran inclinado por una de las personalidades históricas del Frente Farabundo Martí. Esa independencia también ayudó a aumentar la participación, que en esta ocasión superó al 60% del censo electoral vigente.
Arena, comandado por Rodrigo Ávila, ex jefe de Policía, sufrió un duro revés, luego de gobernar al país por 20 años. A su fracaso contribuyeron el desgaste natural provocado por el tiempo y los malos resultados obtenidos en salud, empleo y seguridad. Esta república de 21.000 kilómetros cuadrados es la nación más violenta del mundo, con una tasa de 67,8 homicidios por cada 100.000 habitantes, cuando el promedio mundial es de 24. Y, a nivel de salubridad, baste decir que cada ocho horas muere un niño de diarrea.
Para Funes el reto es enorme, pues su territorio no genera suficientes recursos propios y prácticamente depende de las remesas que envían los emigrantes salvadoreños desde Estados Unidos y Europa. Además, el principal factor de violencia, las temibles pandillas Mara Salvatrucha y La 18, antes que menguar, han fortalecido sus filas haciendo grandes reclutamientos de menores de entre 12 y 14 años.
Premiado con el Moors Cabott de periodismo en Estados Unidos, Funes tiene buenas relaciones en el país norteamericano que le permitirán mantener un diálogo fluido y la colaboración que se requiere para enfrentar y derrotar a las indómitas pandillas. También posee importantes conexiones en Brasil, lo que le ayudará a evitar la tentación de hacer cuerda común con Hugo Chávez y compañía, pues ello podría limitarlo en el accionar para resolver los problemas de su nación.
Pese a las enormes dificultades que enfrenta el nuevo Gobierno de El Salvador, ésta será una buena oportunidad para que la izquierda democrática demuestre su capacidad de manejar el Estado en beneficio de las mayorías, sin cercenar libertades ni caer en tentaciones populistas. Todo dependerá de que el Presidente elegido sea capaz de controlar la línea dura del Fmln y de mantener abierta la posibilidad del diálogo con los sectores democráticos de su país.
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