lunes, 30 de marzo de 2009

Una propuesta impertinente

Editorial

El Mundo, Medellín

Marzo 30 de 2009

Suena atractivo pensar en diálogo, pero Colombia conoce bien el final de esos experimento con quien de sordo que es no alcanza siquiera a ser interlocutor.

En los últimos días, las Farc han se han empeñado en una serie de ataques en los que se está gastando la reducida capacidad militar que le queda tras los logros indiscutibles de la política de seguridad democrática. Impresionar a los periodistas extranjeros y gobernadores asistentes a la Asamblea del BID y tratar de recuperar la importancia perdida ante la opinión pública nacional, son propósitos evidentes de esos infames atentados. Sobre lo primero, podemos decir que han pasado desapercibidos para los asistentes a la reunión internacional. En cuanto a provocar a la opinión pública nacional, que podría estar más avisada y ser menos receptiva sobre las actuaciones de esos grupos, parece que todavía tienen capacidad de llamar la atención de algunos líderes de opinión, más desprevenidos que malintencionados. 

En ese contexto, debemos declararnos sorprendidos con las declaraciones de monseñor Rubén Salazar Gómez, arzobispo de Barranquilla y presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana, que ha recuperado para el siglo XXI muchas de las fórmulas que en Colombia hicieron carrera por los años setenta y ochenta del siglo veinte, con serias consecuencias para el país. Entre ellas, se revela su convicción de que el Estado colombiano es incapaz de vencer a la guerrilla, postura que conduce, por silogismo simple –y bastante errado- a concluir que el diálogo es el único medio eficaz para conquistar la paz. En efecto, para monseñor Salazar, los atentados recientes significan que “otra vez está reactivándose ese poder militar absurdo que ha ejercido la guerrilla durante tantos años. Ellos no están derrotados y no van a ser derrotados, porque tienen el dinero para conseguir las armas”. Siguiendo la línea de pensamiento, el jerarca señala que “solución exclusivamente militar no habrá. Hay que abrir la puerta del diálogo político si se quiere realmente terminar el conflicto”. Nada más y nada menos que intentar un viraje de 180 grados cuando la ruta actual ha mostrado ser más exitosa que aquella a la que nos propone volver. 

Enfrentado a una organización narcoterrorista soberbia, el Estado tiene que defender a sus ciudadanos mediante el combate a los terroristas, aunque nunca ha cerrado las puertas a una manifestación de verdadera voluntad de paz que nunca llegó. En ese orden de ideas, la política de seguridad democrática desarrollada por el gobierno del presidente Uribe ha sido un instrumento eficiente de protección de los colombianos y recuperación del clima de seguridad perdido por cuenta de la política de concesiones con que se manejó el proceso de paz en el gobierno del doctor Pastrana. Esa política nunca ha excluido la negociación como uno de los instrumentos deseables y posibles para conquistar la seguridad y la paz, y es así como en distintas oportunidades, el Primer Mandatario y voceros del alto gobierno han señalado que “ojalá haya un diálogo directo y se hiciera la paz” en un proceso que exige la existencia de un interlocutor dispuesto a ese esfuerzo. 

Teniendo en cuenta esos antecedentes, monseñor Salazar sorprende al país con su convocatoria a “que se logre un acuerdo mínimo para que, a través de un gran diálogo, se busque la solución del conflicto armado”, la cual de seguro tiene acogida entre los demócratas pero no entre alias Alfonso Cano y los supérstites miembros del Secretariado, que son el interlocutor necesario para que la mano tendida encuentre otra que estrechar en un proceso constructivo. Es difícil que atiendan la convocatoria porque, obnubilados como están por su mentalidad fundamentalista, siguen apostando a obtener o perder todo, en el mejor esquema de las viejas revoluciones comunistas; en consecuencia, no están dispuestos, como lo han demostrado repetidamente, a renunciar a las armas para acatar las instituciones y el orden escogido libremente por las mayorías. Suena atractivo pensar en diálogo, pero Colombia conoce bien el final de esos experimento con quien de sordo que es no alcanza siquiera a ser interlocutor. 

A pesar de que la experiencia tiene ejemplos suficientes sobre el error que conlleva conjugar política, fe y deseo de paz para establecer una aproximación a las Farc, y si no que lo diga el mal recuerdo del Kaguanistán, monseñor Salazar llama a poner su propuesta de diálogo de paz como parte de la agenda política, con miras a la próxima elección de Presidente, mediante “un acuerdo de candidatos”, que resultaría insulso por falta de interlocutor, si no fuera porque podría terminar colocando al Gobierno en condición de parte amarrada en una eventual mesa de negociación. Definitivamente nos parece desafortunada, por decir lo menos, esta nueva intervención de la Iglesia en política, que inexplicablemente, resulta ser una especie de salvavidas que se lanza a las Farc. 

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