lunes, 30 de marzo de 2009

La perdición de David Murcia

Por Saúl Hernández Bolivar

El Mundo

Marzo 30 de 2009 

La vida de David Murcia Guzmán trasciende los límites de lo macondiano. Mientras se siguen revelando secretos sobre los tentáculos de su organización, el enfrentamiento que sostiene con las instituciones refuerza su imagen de héroe popular. En tanto que sus socios se desmoronaron con las primeras acusaciones, él sostiene sus argucias como el más curtido tahúr y hasta se permite echar la bola de que prefiere ser extraditado a EEUU y que allá le iría mejor.

Gracias a sus sofismas es que tantos incautos lo consideran como un gran empresario y creen que DMG es una empresa legal. Pero peor aún es la lealtad que Murcia ha cosechado con un discurso demagógico y un fingido sentido humanitario que le ha hecho creer a muchos en la ilusión de salir de pobres, que, a la postre, es la ilusión que la política vende. 

En eso se basan los partidarios de Murcia para articular proclamas contestatarias en torno del absurdo razonamiento de que el Gobierno intervino sus actividades porque la oligarquía no quiere –o no le conviene– que a los pobres les vaya bien. Esa necedad, heredada del ideario marxista, ha dado para asegurar que el cierre de DMG fue una exigencia de los banqueros –encabezados por Sarmiento Angulo–, por el hecho de que las pirámides les estaban arrebatando la clientela, y que el proceso penal de Murcia está ‘arreglado’ en su contra por el Gobierno, como si la Justicia no fuera una rama independiente del Ejecutivo y la Fiscalía un ente acusador distinto de quien juzga. 

Es absurdo pensar que a un gobierno cualquiera, de un país con 50 por ciento de pobreza, le disgustaría un florecimiento económico que traiga prosperidad y riqueza sobre todo a los pobres, cuando ese es el objetivo de todos los estados. A los gobiernos de todas partes se les califica principalmente con base en los resultados de la economía y por el bienestar que ello produzca en la gente; es decir, un buen gobierno es el que agencia un buen crecimiento económico, y un excelente gobierno es el que consigue que ese crecimiento reduzca la inequidad social. Y eso que esto último no es nada fácil porque la simple irrigación de recursos en los sectores marginados (paternalismo) muchas veces no hace más que ahondar el problema. 

De hecho, así como se aduce que a un drogadicto no se le puede imponer un tratamiento porque es indispensable su voluntad para que funcione, también es necesario que los pobres pongan de su parte para superar la pobreza y eso es muy difícil en un contexto cultural en el que no se planifica el número de hijos que se van a procrear, no hay inclinación por el estudio ni propensión al ahorro, no se piensa en el futuro, etc. 

En cambio, es mucho más fácil identificar las fórmulas o recetas que no sirven ni para crecer ni para repartir la riqueza, y muchas de ellas están claramente tipificadas en el Código Penal porque son conocidos sus estragos y no porque alguien quiera impedir el ascenso social de los pobres. En ese sentido, el modelo de negocio de DMG no sirve ni para lo uno ni para lo otro porque –aparte de que ningún negocio legal puede rentar beneficios tan altos y suponiendo que su único delito fuera la captación–, no puede generar riqueza algo que llama a tener los brazos caídos, a no trabajar, a no cultivar la tierra, a salirse de la universidad, a vender el patrimonio, a endeudarse y demás, todo con el fin de sentarse a esperar los rendimientos de un capital que no trabaja… Eso no puede hacer más que destruir riqueza. 

La historia de Murcia tiene todos los ingredientes de la cultura mafiosa que tanto daño le ha hecho al país. Basta con indicar que su fortuna se inició en La Hormiga (Putumayo), zona cocalera donde no se cae una hoja de una mata sin el permiso de la guerrilla o de los ‘paras’. Y si bajo la égida de esos criminales prosperó Murcia, si permitieron su auge, es porque les convenía. Pero lo más grave es su papel corruptor en distintas esferas gubernamentales, lo que deja al descubierto sus ansias de poder. Ese mismo fue el error de Pablo Escobar, buscar el poder con el pretexto de ayudar a los pobres. Esa ha sido la perdición de muchos.

 

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