sábado, 28 de marzo de 2009

Los conservadores y Uribe

Por Paloma Valencia Laserna

El País, Cali

Marzo 28 de 2009

 

Antes del gobierno Uribe el Partido Conservador enfrentaba una profunda crisis. Los congresistas estaban disgregados en movimientos independientes y, ante los fracasos del gobierno Pastrana, el liderazgo languidecía. La candidatura de Uribe se perfiló como la mejor alternativa para la unidad del conservatismo. 

La masa conservadora se sintió representada en la personalidad de Uribe: recia, clara y patriota y lo siguió como lo hiciera antes con Núñez, pues ella tiene bien sabido que la vocación de poder está justificada sólo en el bienestar de la Patria, sin que la filiación sea lo fundamental. Esto, por supuesto, no puede interpretarse como una ausencia de vocación de poder. Un partido político es esencialmente búsqueda de poder por las vías democráticas para implantar las reformas políticas que su ideario considera soluciones para el país. Pero cuando entre sus huestes no encuentra ese candidato, no puede perder la capacidad de reconocerlo en otros partidos. Lo que está en juego es el bienestar social, ante el cual siempre deberá ceder la aspiración partidista.
 


Algunos conservadores sostenían que el partido fracasaría si apoyaba a un candidato de origen liberal; los hechos probaron su error. La consolidación del partido se dio en torno a la figura de Álvaro Uribe y bajo la lúcida dirección de Carlos Holguín. En las elecciones de Senado del 2002, el conservatismo obtuvo trece curules con 880.000 votos (pero había muchos otros movimientos conservadores con importantes votaciones: Equipo Colombia, encabezado por la figura del eximio conservador Luis Alfredo Ramos, obtuvo la primera votación con más de 220.000 votos). La batalla titánica de Holguín para devolver ese proceso de disolución requirió varias reformas legales, cabe mencionar: el aumento de los requisitos para los partidos, el sistema de listas únicas y el voto preferente. Los resultados fueron contundentes: en el 2006 los conservadores lograron 18 curules en el Senado, con prácticamente 1,5 millones de votos.
 


Ahora es un partido vigoroso, que ha recobrado la importancia que tradicionalmente ha ostentado en la historia política colombiana. Soberbio y fortalecido, enfrenta una decisión fundamental en la que están en juego sus principios y su vocación de poder: seguir apoyando a Uribe o buscar un candidato conservador. Tiene jóvenes y promisorias figuras, pero tiene también un compromiso con la historia al que no puede ser inferior. Es necesario exponer las razones por las cuales le conviene más a Colombia un candidato conservador que la continuidad de un presidente que ha sabido representar el ideario conservador y que rescató al país de la catástrofe.
 


La carta de Enrique Gómez fue una franca desilusión. No dio un sólo argumento en el que explique por qué considera inconveniente la reelección de Uribe. Pareciera sugerir lo contrario: señalaba el esfuerzo y la entereza del Mandatario y la majadería de la oposición para concluir que era necesario un candidato conservador. Y en el propio partido hay, por un lado, defensores del referendo y, por el otro, quienes pregonan la necesidad de un candidato propio. Es inaceptable un debate tan pobre. Es triste un partido esperando -como un oportunista- a ver qué barco zarpa más cargado. ¿Falta, otra vez, directiva?

 

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