domingo, 29 de marzo de 2009

Los males del Polo

Por Rafael Nieto Loaiza

El País, Cali

Marzo 29 de 2009

Las democracias son mucho más que sistemas en los que impera la voluntad de la mayoría. Necesitan el respeto y protección de los derechos de las minorías. Y no sólo porque así lo obligan los tratados sobre derechos civiles y políticos. Ese respeto se exige, además, porque las minorías son potenciales mayorías futuras. Las minorías de hoy pueden ser mayorías mañana. 


Sí, la democracia colombiana necesita que aquellos que creen en las causas de la izquierda encuentren un cauce político donde militar. Los derechos de ese movimiento político deben ser garantizados y sus líderes protegidos. De ahí la importancia del Polo. Su aparición representó la esperanza de que, por fin, el connatural espíritu caníbal de la izquierda colombiana encontrara un descanso y la unidad fuera posible. Y abrió el camino a lo que parecía un aire renovador de las costumbres que han aquejado a los partidos tradicionales.
 

Y sin embargo esa esperanza ha resultado frustrada. De los 2.600.000 votos de Carlos Gaviria en las elecciones del 2006, la más alta votación de la izquierda en su historia, a la situación actual, hay un abismo de hipocresías, errores de juicio, pugnas internas, clientelismo y mal gobierno.
 


Para empezar, y a pesar del esfuerzo en contrario del presidente del partido, la ambigüedad sobre el conflicto armado muestra que hay un sector sustantivo del Polo que está anclado en posiciones inaceptables en una democracia. En su seno siguen campantes y con enorme influencia los comunistas, que en su último congreso se mantenían en la tesis de la combinación de las formas de lucha. Algunos de sus senadores aun sostienen que “no están ni con el Gobierno ni con las Farc”, como si fuera posible ser neutral entre quienes han sido elegidos en las urnas y los terroristas. Dudaron hasta el final en participar en la histórica marcha del 4 de febrero. En los comunicados sobre la masacre de indígenas ni siquiera nombran a las Farc, las responsables. Incluso a Petro lo chiflaron algunas de las ‘juventudes’ polistas, al tiempo que vivaban a la guerrilla. Si el Polo quiere ser alternativa, debe expulsar de su interior a quienes aún justifican la lucha armada y debe eliminar cualquier duda en su condena.
 


A las agrias disputas internas se suman las tentaciones del parricidio. A Lucho Garzón, padre de la criatura, no lo pueden ver. Los extremistas, con Robledo y los comunistas a la cabeza, creen que la pureza del partido pasa por ahogar las voces de quienes creen que la moderación y las alianzas con otros movimientos son el único camino para el éxito. La ruptura se viene.
 


Y cuando gobierna, el Polo lo hace mal. Bogotá está plagada de denuncias de clientelismo, corrupción y politiquería. Los ciudadanos perciben un franco retroceso. La movilidad empeora, con enormes costos económicos por el Pico y Placa durante todo el día. El espacio público se deteriora a pasos agigantados. La inseguridad campea. Se construyen candidaturas al Congreso a punta de contratos en la administración pública. Y la apuesta del metro, bandera de la Administración, se verá frustrada porque el Distrito no tendrá recursos para fondearlo.
 


Para rematar, el Polo y Moreno defendieron a Rojas Birry como candidato a personero, ignorando las advertencias de concejales de su mismo partido. Ahora, cuando los vínculos de Rojas con DMG saltan a la vista, son incapaces de expulsarlo. Para él sí predican la presunción de inocencia.
 



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