martes, 24 de marzo de 2009

El destino de "Tirofijo"

Por Eduardo Escobar

El Tiempo, Bogotá

Marzo 24 de 2009

¿No se entiende política colombiana del siglo XX sin 'Tirofijo'? Qué vergüenza.

Es evidente. Algunos destinos son atravesados por astros espinosos. Uno nace para amar, otro para perseguir, otro para perseguido. Las autoridades colombianas jamás pudieron dar con el paradero de 'Tirofijo' vivo. Ahora, para completarle los hados, andan en busca de sus restos, del lugar del eterno reposo, del despojo, de la magra huesa.

'Tirofijo' es una leyenda en la ancha galería de matones de Colombia, en la crónica amarga como la sangre seca de un macabro machismo de aguardiente, viva el partido liberal, ranchera a grito pelado y bala ventiada. Pero también fue otras cosas. Sobreviviente del tropel de la violencia liberal-conservadora; rebelde popular en un tiempo de rebeldías por los derechos del analfabetismo. Su movimiento representó en la obnubilación sectaria de un siglo intrincado un ademán legítimo primero; luego la esperanza del cambio que anhelaban todos los hombres de buena voluntad sobre la Tierra, los que trabajaban y también los bohemios de las vanguardias artísticas; finalmente, el último de los malos ejemplos de un sueño de justicia podrido e irrecuperable más que en la obcecación dogmática.

En medio de los levantamientos campesinos y las revueltas de estudiantes, el Partido Comunista quiso cercar a Quintín Lame, como consta en los garrapateos autobiográficos del líder de los paeces. Lame resultó inconquistable para la razón hegeliana, pues armó un batiburrillo con la enseñanza, donde mezcló la Santísima Trinidad con Marx y la raza en un coctel que debió resultar impotable aun para los adictos de la escolástica bolchevique, aficionados a los potajes ambiguos. La mala suerte hizo que 'Tirofijo' cayera en la mira de esa aristocracia cizañera de la clase media baja que es el alma del Partido Comunista según Steiner. Y esta blindó la mente del hombrecito de Génova y transfiguró al asesino precoz en héroe rojo. El creyó el cuento. Y quedó preso en la vanidad de un ideal asiático, atrapado para siempre en el círculo de las persecuciones, perseguidor perseguido.

'Tirofijo' duró en la gresca, incendiando pueblos, asesinando, repitiendo a media lengua la cartilla sazonada con perogrulladas de su cosecha cincuenta años arduos, y escapado al final, matado y resucitado mil veces. Arturo Alape escribió un libro sobre sus muertes sucesivas y sus reapariciones.

'Tirofijo' carecía de carisma más allá del alias machista y la fama de escurridizo. Nunca llegó a ser una figura atractiva en el sancta sanctórum de las iglesias de Caín del siglo XX, como el Che, por ejemplo. Su gracia quedó oculta bajo el gesto de tristeza invencible y el peso de melancolía impenetrable que cargaban sus hombros. Pero fue el que fue. Un campesino colombiano que se enredaba en las palabras, imbuido en el papel de tercera copia de un discurso atrabiliario y remoto, que bajo la tutela de un secretariado de intelectuales abstrusos derivó en Atila tropical, en el figurón de una horda de idólatras de la Historia y la ilusión del Progreso según las supercherías (aún prestigiosas pero ya decadentes) de Hegel, Marx y Engels y etc. Dicen que le consagran un busto en Venezuela. Eso es porque no lo padecieron.

Ahora que está muerto inspira lástima ese hombre. Su marcha de errores con la toalla al cuello, sus siembras de lágrimas y odios. El encanto no le alcanzó para sacudirse el alias, que le escocía, como el falso nombre de Manuel no consiguió velar al auténtico Pedro Antonio.

'Tirofijo', al cabo de una vida extensa de desmanes misioneros, es el último desprestigio de la filosofía de la violencia como partera de la Historia que alimentó el siglo XX. Dice EL TIEMPO que su amante fusiló a los sepultureros cuando acabaron la faena. Así lo mantiene intacto entre sus secretos de mujer. Y eterniza el enigma de esa vida, sin un cadáver creíble para siempre jamás.

Dicen que no se entiende la política colombiana del siglo XX sin 'Tirofijo'. Qué vergüenza. Eso expresa la falta de grandeza, imaginación y gracia de la vida política en Colombia.

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