miércoles, 25 de marzo de 2009

Escrito sobre un discurso de Obama

Por Eduardo Escobar

El Colombiano, Medellín

Marzo 25 de 2009

La esperanza, más que uno de los derechos del hombre y el ciudadano que olvidó el redactor, con el derecho a la indiferencia, es un precioso mecanismo del instinto de conservación. Sin su verdura se está siempre propenso a precipitarse en el desánimo, la peor de las enfermedades del alma. El desánimo. Que no es la indiferencia activa.

La esperanza es la felicidad de lejos. Su flor palidece cada tarde con resignación para brillar cada mañana por inconsciencia. No existe desgracia que no proyecte una esperanza en un límite benévolo aunque sea un espejismo. No hay mal (ni espejismo) que duren cien años.

Considerando las tendencias dominantes del presente, la esperanza parece una expresión de candidez. A pesar de todo en la bancarrota de todo, en medio de la devastación económica de todos, el deterioro progresivo de los valores celestes y las reservas de la Tierra, la hambruna en los estómagos y los espíritus, el terrorismo, en fin, de los refinamientos del apocalipsis prometido de antiguo que parecen más próximos que nunca, la esperanza vuelve a asomar la cabeza con su peluca de temporada, con otro soplo de respiro, y ocupa el lugar de siempre en el altar de las alternativas con su disfraz, plumas rosas y trapos verdes. Hasta en la muerte hay una pizca de esperanza en el consuelo de la noción de eternidad y la fe en otra vida.

La esperanza aroma, disimula la hediondez de los escollos en las incertidumbres. "No desesperes ni siquiera porque no desesperas. Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas. Eso significa que vives". Escribió Kafka en uno de sus diarios de deprimido con escrúpulos, él que adoptó la desesperanza más que como un lujo como un elemento imprescindible del vestuario de checo triste.

El elogio de Persia por un presidente de Estados Unidos, el reconocimiento de la grandeza cultural de los pueblos de Jerjes y Artajerjes es un milagro tan grande como el hecho de que ese presidente de Estados Unidos sea negro, algo a lo cual nos vamos acostumbrando, aunque hace un cuarto de siglo era un imposible político. Un nuevo talante, una forma nueva de comprensión en las alturas del poder imperial, por fuerza contaminará la comunidad de los seres comunes y corrientes, sin influencia en las grandes decisiones del mundo. La decencia vuelve, dice la esperanza, nuevos tratos, hay una vislumbre de concordia en los incordios. Y dice. Después de la arrogancia teológica de los Bush para quienes los descendientes de Salomón, Zoroastro y Mahoma representaban un eje del Mal, un peligro letal para el bien que creían representar, parece difícil mi alabanza. Pero es preciso porfiar: al fin tal vez no sea en vano.

Los mascarones de proa del poder esconden fuerzas poderosas, se sabe. Corporaciones inclementes, pandillas de corrompidos, industriales pornográficos de la guerra, comparsas de magos del fraude. Sin embargo es preciso abonarse siempre a la esperanza. Contra todo, la personalidad de Obama siembra en su huerto milenario con gallardía, haciendo una reverencia a sus adversarios, con un ademán razonable y urgente, en esta casa que se nos cae encima. Tal vez todo depende mucho de la gentileza, el tacto y la cortesía. Tal vez la transformación del mundo comenzará con un cambio universal en las maneras. Y tal vez muchas cosas se resuelven con la etiqueta, que es la ética de bolsillo.

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