sábado, 21 de marzo de 2009

Drogas sin plan común

Por Eduardo Posada Carbó

El Tiempo, Bogotá

Marzo 21 del2009

 Evo Morales, el presidente de Bolivia, se presentó con una hoja de coca que masticó frente a los participantes de la reunión. Nuestro Ministro del Interior anunció allí la confusa iniciativa que el Gobierno prepara para reprimir la "dosis personal". Lo que dijo el representante del Perú ni alcanzó a ser noticia.

 Si los países andinos -donde se concentra la mayor producción mundial de cocaína- hubiesen acordado una posición común, quizá habrían recibido la atención debida de la comunidad internacional, al celebrarse en Viena las sesiones de la Comisión de Estupefacientes de Naciones Unidas, que concluyen hoy. A falta de una sola voz, la región parece condenada a seguir sufriendo los problemas asociados con el narcotráfico, en medio de esfuerzos extraordinarios y frustrantes bajo la constante presión externa.

 

Las estrategias individuales o bilaterales contra el narcotráfico tienen impacto muy limitado. No funcionan. Esta es una lección evidente que deja la experiencia de las últimas décadas. Nada de esto suena novedoso. ¿Cuántas veces hemos escuchado los reclamos por una "estrategia integrada"? Pues parece necesario repetirlo. Así lo hizo el zar de las drogas de la ONU, Antonio María Costa, quien además señaló específicamente a los países andinos por no promover enfoques regionales, en contraste con otras regiones del mundo. (También fustigó a los países productores de armas por resistirse a ratificar el respectivo Protocolo de la ONU.)


El discurso de Costa en Viena merecería mayor difusión y análisis.

 

Su punto de partida es cuestionado por diversos sectores (tanto gubernamentales como de la sociedad civil): que el sistema internacional de control de estupefacientes arroja un balance de positivos progresos. Este juicio inicial está, sin embargo, matizado por observaciones adicionales que presentan un panorama menos benigno. "Más complejo" son las palabras de Costa que, al ser leídas entre líneas, parecen lejos de la complacencia.

 

Su discurso, además, es sugestivo de algunas tendencias mundiales que nuestro Gobierno haría bien, por lo menos, registrar. En particular, debe notarse el énfasis otorgado a los aspectos de la demanda. El consumo de drogas, según Costa, es por encima de todo un problema de salud -criterio que debe estar en el centro de cualquier política: por ello hay que poner a los "adictos en manos de los doctores en vez de las de los policías"-. Costa no favorece la legalización, pero tampoco la criminalización de los consumidores.

 

Focalizó parte de su atención en los problemas de crimen organizado que acompañan al narcotráfico, en sus "amenazas para la seguridad y el desarrollo". Desde una perspectiva colombiana, puede decirse que su diagnóstico se quedó corto. Tampoco parece contar con la receta. Su apelación a que los países se tomen en serio los instrumentos de las Naciones Unidas -señalados en las convenciones contra el crimen y la corrupción- es válida, pero insuficiente. Como también parece válido su reclamo final por la falta de fondos de la agencia de la ONU para atender adecuadamente su tarea.


Los países latinoamericanos deberían tener mayor protagonismo e influencia en foros mundiales sobre estupefacientes. En la reunión de Viena se discutía, asimismo, el balance de la lucha contra las drogas en la última década. Era la oportunidad para presentar a la opinión mundial estrategias alternativas, que recogieran la experiencia de lo dolorosamente aprendido en esta "guerra" eterna. Fue lo que sugirió la comisión promovida por tres ex presidentes latinoamericanos. Insistir en la criminalización del consumo es una estrategia errada. Nuestro país -por haberlo sufrido tanto tendría que liderar una respuesta regional a este problema global. Pero parece iluso pensar en un plan regional común diseñado por el Gobierno cuando sus altos funcionarios -en vez de acordar opiniones- han decidido discrepar públicamente sobre el Plan Colombia.

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