domingo, 17 de mayo de 2009

Chávez y la propiedad de la tierra

Por Jaime Jaramillo Panesso

El Mundo, Medellin

Mayo 17 de 2009

 

El orlado Presidente de la República Socialista de Venezuela, Don Hugo Chávez, ha dictaminado que la tierra agrícola no es de nadie, en un acto de expropiación de diez mil hectáreas. La traducción es muy sencilla: la tierra es del estado. Y el estado, la entregará en usufructo a los campesinos (estos serán trabajadores del gobierno, asalariados del estado chavista) o se las adjudicará a una cooperativa de agricultores que rendirán igualmente cuentas al estado. En ambos casos la producción estará sometida a la planificación central de la economía, que para ser socialista deben sembrar de acuerdo a la norma planificadora y no del mercado. Pero en Venezuela aún no existe el Plan y por lo tanto cosecharán para un mercado capitalista, al menos por ahora.

 

Si la tierra expropiada por no estar debidamente aprovechada se entregara en propiedad a los campesinos sin tierra, estaríamos ante lo que los marxistas llamaban la “revolución democrático-burguesa”, que es hacer a los ciudadanos propietarios. Lo que está haciendo Chávez ya está ensayado y ha sido el fracaso. En la URSS de Stalin hasta Kruchev, la agricultura llegó a niveles de escasez que colapsaron, con otros ítems, el sistema. En la revolución boliviana de l952 con el MNR, la reforma agraria (en la cual intervino el dirigente socialista colombiano Antonio García) basada en cooperativas para mestizos e indígenas fracasó en los diez años posteriores. Y Cuba, con similar experiencia, dejó de ser la productora de azúcar como su principal fuente de ingresos e incumplió su cuota en el mercado del conjunto de los países socialistas cuando existían, antes de 1989.

 

No significa que la producción del agro dentro de las reglas del libre mercado siempre abastezcan correctamente la demanda de la población en alimentos y a la industria (turística, procesadora o de alimentación pecuaria). El mercado tiene fluctuaciones determinadas por la naturaleza, por la emergencia de demandas no previstas, por acaparamientos comerciales), pero los estados han creado formas de intervención como la compra de cosechas o incentivos a los campesinos y empresarios agrícolas. Los términos latifundismo y minifundismo ya no suenan, pero existen. La consigna de los artesanos de 1863 que en Colombia proclamaron el proteccionismo y lo llamaron socialismo porque estaba ligado a la consigna de “la tierra para quien la trabaja”, era exactamente lo que hoy se requiere, que los campesinos sin tierra la adquieran por parte del estado y a la vez que superen la propiedad individual para aportarla como capital a un sistema empresarial que compita en un mundo globalizado y dentro de una nación moderna.

 

El socialismo de Chávez es capitalismo de estado. Venezuela como nación podría dar un vuelco hacia una sociedad con equidad, si en vez de dilapidar sus recursos provenientes del petróleo y entregarlos a sus paniaguados homólogos de otras naciones para instalarse en poder, los dedicara a crear una fuerte agricultura competitiva, una minería diversificada, la ganadería autosuficiente y una industria turística y ecológica, puesto que es un bello país de tinte tropical. Pero Venezuela, además de la peste chavista, se ha contagiado el estado en sus mandos medios y militares del narcotráfico. No en vano por allí merodean y reptan las Farc. Su destino está marcado. Y de nada valen las consignas de “socialismo o muerte”. Al Presidente Chávez le vendría muy bien el uniforme de gala de un “revolucionario democrático-burgués” como Simón Bolívar.

 

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