Mutilación y derecho indígena
Por Rafael Nieto Loaiza
El Pais, Cali
10 de mayo de 2009
Para mi sorpresa, que creía que esa costumbre era sólo de algunos pueblos africanos y del Medio Oriente, la ablación femenina se practica en Colombia. En las comunidades embera chamí, y es posible que también en otras tribus, se mutila a las niñas. Y niñas son, porque apenas han llegado a los cinco o seis años cuando les cortan los labios genitales y les cercenan el clítoris. En su forma más radical, les cosen la vulva y dejan sólo un pequeño orificio para orinar y menstruar. Nos enteramos porque la personería municipal de Pueblo Rico, Risaralda, denunció la muerte de una infante embera, tras ser sometida a esta práctica. Casi siempre hecha, además, sin ninguna medida higiénica y con cuchillos de carnicero o cuchillas de afeitar. Con frecuencia, la mutilación termina con la infección de los genitales o con el desangre de la criatura. Cleotilde Caizale, una líder indígena, sostiene que “sólo hemos querido proteger a nuestras niñas” con la ablación. Más explícita fue Martha Cheché, otra jefa tribal, quien dice que “ésta es una tradición muy importante para nuestras niñas, para que sean buenas mujeres, para que no sean brinconas y sean fieles”.
Dio en el clavo. Lo que la infibulación pretende es precisamente eso: eliminar el placer sexual de las mujeres y ponerle trabas a la posibilidad del coito. Con ello, se pretende asegurar que las jóvenes lleguen vírgenes al matrimonio y sean fieles a sus parejas. Con el control de la sexualidad de sus hembras, los hombres aseguran los papeles de poder en las comunidades y restringen a las mujeres a los roles de madres y esposas. Algunos describen la práctica como un ‘rito ancestral’, una ‘herencia milenaria’ o una ‘costumbre sagrada’. Y la justifican en el marco de la autonomía de las poblaciones indígenas y la riqueza de la diversidad cultural, reconocidas plenamente por la Constitución Política de 1991, sin duda pionera en materia del reconocimiento pleno de los derechos indígenas en el continente. Y sin embargo, ¿hasta dónde llega la autonomía de las poblaciones indígenas? ¿Hay un límite al respeto y protección de sus tradiciones y culturas? ¿Es posible que las prácticas ancestrales del grupo se impongan sobre los derechos y libertades fundamentales de los miembros de sus etnias? ¿Qué ocurre cuando sus ritos, herencias y costumbres vulneran los derechos humanos?
Las preguntas no son retóricas y las respuestas tienen consecuencias prácticas. Y no sólo en relación con la ablación, sino también, por ejemplo, con la imposición de castigos físicos, como los latigazos o el cepo, tan frecuentes entre los indígenas. La Organización Nacional Indígena de Colombia, Onic, alega “el derecho de los pueblos indígenas a su autodeterminación”. Alberto Guasorna, miembro del Consejo Regional de los embera, ha dicho que la comunidad tomará una determinación sobre si seguirán o no mutilando a sus niñas y, por ahora, dice, han suspendido la práctica. Confío en que la decisión de la comunidad sea la de terminar con un ultraje violento, cruel y machista como ninguno otro. Pero si no lo fuera, creo que el Estado tiene el derecho y el deber de imponer la prohibición radical y definitiva de esta costumbre aberrante. Frente a la violación de los derechos humanos, y no cabe duda de que la ablación es una flagrante vulneración de los derechos.
1 comentario:
Nieto ha dado en el clavo de los varones indígenas que son unos talibanes criollos, aunque quizás haya excepciones. Falta señalar el homicido de los infantes gemelos. Y otras prácticas como aquella de votar las mujeres obligatoriamente por el mismo candidato de sus maridos.
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