martes, 5 de mayo de 2009

Dialéctica del perdón

Por Fernando Londoño

La Patria, Manizales

Mayo 5 de 2009


Estamos incendiando a Colombia con una guerra nueva, sólo para congraciarnos con tan malas personas como son los dos presidentes vecinos. Mal negocio, sin duda. 

Nos ha venido la moda de pedir perdón por todo. Lo que no deja de mostrar un corazón generoso, compasivo y grande. Pero hay que tener cuidado. Porque no es bueno anticipar perdones por pecados probables o por delitos imaginarios. No siempre el destinatario tiene el alma tan desprendida como para no imponer penitencias humillantes y costosas. Pues éste es, exactamente, el caso. 

El señor Comandante de las Fuerzas Militares, caballero bondadoso y recto donde los haya, ha pedido perdón preventivo por los falsos positivos de Soacha. Como no tiene pruebas de que hubieran ocurrido, cree por ese medio cubrirse de la eventualidad de que aparezcan. Mala idea. Porque no ha reparado el bueno del General Padilla que el montaje acusador busca destrozar la imagen de Colombia, la de su Ejército, y de paso montar el lucrativo negocio de cobrar un mil millones de pesos por muerto “fuera de combate”. 

Los jóvenes de Soacha, cuya desaparición y muerte quiere explicarse, eran bandiditos contumaces y peligrosos. De los once de la lista, la Fiscalía nos certificó el prontuario de seis de ellos, que son para poner de punta los pelos. Si la impunidad en Colombia es de las dimensiones conocidas, es bien seguro que los otros cinco no fueran mejores. Y que nadie los reclutó en Soacha para matarlos en Ocaña. Esa importación es tan absurda que no resiste análisis. Lo que ocurría era bien otra cosa. Los muchachitos le hacían mandados a la mafia, harto extendida en esa zona, que hace rato arde con ocasión de la cocaína regada en toda la frontera con Venezuela. El Catatumbo es un infierno. Pues las mafias necesitan colaboradores para muchos menesteres: sicariato, cobros extorsivos, correos, transporte de armas, precursores químicos, pasta y cocaína, y muchos etcéteras. Nada mejor que estos delincuentes que llegan al patio, hacen la “vuelta”, cobran y se regresan a su sitio de origen para disfrutar ganancias. Por eso los llaman “voy y vengo”, en el conocido argot del oficio. Algunos murieron en enfrentamientos con el Ejército tiempo después de andar merodeando por esos lugares y especialidades. Otros cayeron al día siguiente de llegar, pero nunca se ha dicho de cuál viaje se trataba. Pero como hay que encontrar culpables y hay que pedir perdón, nada mejor que encomendarle la tarea al Fiscal Iguarán y sus secuaces, que vienen de la época gloriosa del militante de la UP, Alfonso Gómez Méndez. Los culpables aparecen, porque aparecen. No faltarán los testigos con ganas de vivir en Canadá, sin hacer nada, en compañía de toda su familia. Ni faltarán los militares a propósito para esa condena anticipada. Ya sacrificaron a 27 de ellos, aquel negro 29 de octubre, y siguen pendientes las pruebas en su contra. 

La misma técnica se está aplicando en las relaciones internacionales, particularmente con Ecuador y Venezuela. Con el primero, porque nos ha dado mucha pena dar de baja en su frontera a Raúl Reyes, el mayor terrorista del continente, dilecto amigo de Rafael Correa y sus cercanos colaboradores. Y con Venezuela, simplemente porque nos morimos del susto con las bravuconadas de Chávez, que en cada rabieta amenaza encender los aviones Sukoi. De manera que le pedimos perdón por cualquier cosa que le moleste y prometemos algo tan absurdo como no fumigar la coca del Catatumbo. 

El mismo compromiso de tolerancia a la coca tenemos con el Ecuador, en ambos casos con resultados funestos. Los famosos 10 kilómetros de veda para fumigar, garantizaron la siembra de miles de hectáreas en el norte y en el sur. Por supuesto, con la cocaína rampante, armas a discreción, millones de dólares para los subversivos, valga resumir, con el regreso de la guerra que estábamos ganando. Con lo que se ve claro que la dialéctica del perdón no sólo es inútil -Chávez y Correa son cada vez más agresivos- sino altamente peligrosa. Estamos incendiando a Colombia con una guerra nueva, sólo para congraciarnos con tan malas personas como son los dos presidentes vecinos. Mal negocio, sin duda.



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