Por Sergio de la Torre
El Mundo, Medellín
Mayo 3 de 2009
Nadie, medianamente serio, entre los izquierdistas estudiosos de la realidad latinoamericana, le paró bolas nunca al libro de Eduardo Galeano “Las venas abiertas de America Latina”. No se dejaron deslumbrar ni los mismos colombianos, que en materia de investigación histórica o social siempre van a la zaga de sus iguales en el subcontinente, sobre todo si son nacidos en el Cono Sur o Méjico.
Se trata pues de un texto para principiantes escrito por un principiante. Fuerza es reconocer sin embargo que, su pobreza conceptual aparte, el libro está bien logrado y consigue enardecer al lector primario. Se da el caso, aquí y en las vecindades, de textos de buena factura que carecen de fondo y no prometen nada. Fuera del impacto inicial no tienen efecto pedagógico alguno. Para ser francos, por momentos abundan en estas latitudes, como ciertas plagas. No fue casual ni gratuito que ciertos intelectuales “comprometidos” y, sobre todo, algunas damas de sociedad, adscritas a la izquierda light, línea champagne y caviar (la perilustre y muy admirada Patricia Lara, por ejemplo) al leer esta obrita quedaran embrujadas por la galanura del estilo, y la del mismo autor quizás.
Comprendo que le haya gustado a Chávez, aún sin leerlo, pero el habérselo obsequiado a Obama es una falta de respeto: ofende su versación e inteligencia, lo que es mucho decir en tratándose de un presidente gringo en los tiempos que corren. Es tanto como regalarle a García Márquez, para su provecho y deleite, un libro de Chopra o una novela de Corín Tellado.
El libraco es apenas para gobernantes como el boliviano o el nicaragüense. Algo ayudaría a retroalimentar y reordenar sus emociones, que no su pensamiento, que no les conocemos todavía. Evo Morales acaba de declararse marxista-leninista (sin entender eso en qué consiste, qué vigencia tuvo o tiene) para o complacer a Fidel, qué hoy no se declara tal por rubor y, en cambio, deben divertirle mucho estas salidas tardías de alguien a quien no le camina el reloj de la historia por vivir anclado en los setenta, cuando no había colapsado el socialismo de postguerra, con planificación centralizada, espionaje entre vecinos, libretas de racionamiento, stajanovismo, cacería de brujas y otras adehalas. ¡Qué tal que Evo supiera lo que pensaba Hegel, mentor filosófico de Marx, sobre las primitivas comunidades indígenas de America antes de la conquista española! O lo que Marx decía de Agualongo y otros caudillos indígenas aliados a la Corona contra la emancipación. O lo que dice Marx (que también Chávez ignora, el pobre) en un ensayo que le pidieron para ser incorporado a la Enciclopedia Británica de entonces. Son tales el desprecio y la acerbía conque el alemán se refiere el Libertador que si éste lo hubiera sabido experimentaría el mismo desconsuelo que hoy sentiría si, al despertar, se enterara de que un hombre tan precario y elemental como Chávez, no contento con proclamarse discípulo suyo, se compara con él, como si se tratara de iguales en tamaño y prestancia.
Volviendo al tema de esta columna el libro del uruguayo nos demuestra que en nuestra academia criolla y en el selecto club de los “progresistas” también hay literatura de aeropuerto o peluquería, que llaman.
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