Por Jaime Jaramillo Panesso
El Mundo, Medellín
Mayo 3 de 2009
Una medida administrativa generalmente no es unánimemente bien recibida porque algunos segmentos sociales son perjudicados. En este caso los comerciantes de todos los matices: grandes almacenes, cacharreros, minoristas, restaurantes y similares, parqueaderos públicos, talleres. Otros como el conjunto de estudiantes y párvulos que no están adscritos al transporte escolar y llegan a clase en transporte privado. Los servicios de medicina en consultorios y clínicas y hospitales. Todos los nombrados en el centro o lejos de la residencia de los usuarios. Ni qué decir de los ancianos y discapacitados que no pueden viajar en bus o en metro. A los atrás descritos se les dirá: tomen un taxi. Y claro, al usar mayor número de taxis y aumentar su kilometraje, estos quemaron más gasolina y diesel y reemplazaron a los particulares. ¿Hasta dónde cambiamos los autos particulares por el servicio público automotor y quedamos casi en cero en compensación?
Somos una ciudad de aproximadamente dos millones de habitantes que ocupamos en el mundo una posición allende el horizonte en la lista de las principales urbes. Al lado de Nueva York con 9 millones de habitantes, Los Ángeles con 17, Chicago con 10, México DF con 19, Sao Paulo con 10, Río de Janeiro con 4, Buenos Aires con 12, Moscú con 10, Londres con 7.5, Paris Metropolitano con 8, Estambul con 11, Karachi con 12, Teherán con 7, Bagdad con 5 , Bogotá con 7, Yakarta con 9, El Cairo con 8, Bangkok con 6, Shanghái con 16, Pekín con 7, Seúl con 10, en fin, al lado de metrópolis o países como la China, India, Estados Unidos o Brasil, ¿cuánta incidencia puede tener el gesto medellinense para el medio ambiente mundial? ¿Cuál podría ser el peso para el cambio, cuando no alcanzamos a ser sino una partícula de los seis mil millones de habitantes de la tierra? El cuento está mal echado y perjudica a los ambientalistas serios que miran el día sin carro en Medallo como esnobismo. Como ensayo de espíritu cívico, como experimento contra la congestión vehicular, como imitación provincial de lo que debería hacerse en el mundo, en particular donde son millones los automotores, vaya y venga. Esto es una pequeña ganancia, pero no pasa de ahí. El otro cuento, el de usar bicicleta es para ciudades planas, no para un cañón interandino donde el 60% de la población habita en laderas montañosas.
Un asunto no tocado es el de las motos que también contaminan, que como enjambres circulan en la ciudad y que ponen muertos y heridos como un seísmo recurrente. La solución ideal es evidente: que no haya carros y volvamos a la mula y a la patineta. Chatarrización de los automotores e indemnización a sus dueños, incluyendo las motos. Esa es la quimera universal, como la dieta vegetariana o la abstinencia carnal.
A grandes problemas, grandes soluciones. Y la solución es universal o no lo es. Cuando la humanidad se propuso eliminar la viruela, se logró mediante la ciencia y la conciencia. Avanzar en esa dirección es lo pedagógico que aliente a los hombres y mujeres de buena fe que con su idea del día sin carro lo hicieron. Vale también para los emocionados concejales. Pero por ahora no joder.
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