Por Rudolf Hommes
El Tiempo, Bogotá
Mayo 8 de 2009
El domingo pasado, la revista dominical de The New York Times publicó una extensa entrevista sobre la economía con Barack Obama, quien responde con seguridad y maneja y convierte los económicos en temas de trascendencia e importancia política, ética y social. Es un hombre de gran nivel intelectual. Aunque no es experto en la materia, sabe el alcance de las disyuntivas que se le presentan y de las decisiones que tiene que tomar. No se deja ilusionar por las ideologías, no desdeña opiniones contrarias ni se deja atraer por el espejismo de que no hay sino una verdad.
Por el contrario, su metodología para llegar a conclusiones y tomar decisiones consiste en enfrentar a dos contrarios de muy buen nivel y presentar los dos lados de un asunto. Dice que, meditando sobre las discusiones que tenían lugar en el gabinete de Clinton, le gusta presenciar un buen debate entre alguien como Robert Rubin (el ex secretario del Tesoro y eminencia gris del ex presidente) y Robert Reich (ex secretario de Trabajo, autor de varios libros de orientación heterodoxa y conciencia liberal de Clinton).
Respondiendo a la crítica de haber dependido excesivamente de asesores del equipo de Rubin, Obama concede que tanto Larry Summers como Tim Geithner provienen de allá, y que no contrató a Paul Krugman ni a Joseph Stiglitz, pero cuenta con asesores de otras orientaciones y tiene a Paul Volcker, presidente del Federal Reserve durante los años de Carter y Reagan, "para hacer contrapeso". Dice que es natural que se apoyara en el equipo de Rubin porque era parte del gabinete de Clinton, que fue el último presidente demócrata. Además, porque la situación requería personas que pudieran entrar corriendo y estas son muy experimentadas. Ha buscado gente que se distinga por ser descarnadamente pragmática, que se sienta cómoda enfrentando problemas económicos difíciles y de vasta importancia, y que, como el grupo de economistas que cumplen con estos requisitos es muy pequeño, no es sorprendente que haya enganchado a los que tiene de asesores.
Obama se presenta como un liberal moderado, pero algunos de sus conceptos son radicales. Defiende a Wall Street y a Silicon Valley por considerar que, a pesar de los excesos que han protagonizado, siguen siendo pilares fundamentales de la economía de su país. No le entusiasma volver a la especialización en el sector financiero, sino que prefiere reglamentar con mucho más severidad el esquema existente de "supermercados financieros".
Le parece que los salarios de algunas de estas firmas son desproporcionados, no por razones éticas, sino porque cree que son insostenibles. En términos generales, propicia mayor igualdad entre salarios, sin diferencias atribuibles a género o a profesión ("si un dependiente de Wal-Mart gana los mismos 25 dólares por hora que ganan los trabajadores del sector automotor, no hay razón para quejarse"). Parece tener mucha admiración por el sector manufacturero que, a su juicio, ha engendrado todo un estilo de vida, pero no se muestra dispuesto a tomar medidas irracionales para favorecerlo. Les da mucho valor a la tecnología y a la educación técnica, y su conocimiento del problema educativo y de sus implicaciones económicas es excelente.
Un pasaje muy esclarecedor de la entrevista es el que discute la necesidad de reformar el sistema de salud, y las difíciles decisiones que hay que tomar, particularmente en cuanto a los costos del cuidado de ancianos y de pacientes con enfermedades crónicas.
Obama, el ser humano, se debate con el político para terminar concluyendo que lo que claramente haría como individuo no coincide exactamente con lo que se requiere para hacer sostenible el sistema de salud pública, pero que la compasión tiene un papel muy importante en la toma de decisiones. La responsabilidad de un líder no es escoger el camino más fácil, sino guiar y explicar por qué se debe tomar el más difícil.
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