domingo, 4 de octubre de 2009

El castigo a la carrera 7a.

David Luna *

El Tiempo, Bogotá

Octubre 4 de 2009

La carrera 7a., en la que viven y trabajan más de 2 millones de bogotanos y alberga más de 100 rutas de buses ilegales, es la tercera avenida más contaminada de Latinoamérica y, según la Universidad de los Andes, desde el año entrante tendrá una velocidad promedio de menos de 10 kilómetros por hora en hora pico. Los caminantes irán más rápido que los vehículos.

En el 2005, el alcalde Garzón contrató los estudios de factibilidad y en el 2007 encargó los diseños de la Fase III de TransMilenio, que cobijaba inicialmente a la avenida Eldorado y a las carreras 10a. y 7a. Pero como su sucesor había señalado que no quería TransMilenio por esta vía porque, supuestamente, se merecía un metro, Garzón se abstuvo de contratar la construcción de la troncal de la 7a.

Dos años después, hay dos cosas claras. La primera es que la promesa del metro por la carrera 7a. se quedó en palabras. Y la segunda es que el gobierno de la ciudad pretende construir allí una troncal 'chichipata' de TransMilenio, que vaya de la calle 26 a la calle 100, que transporte a 10.000 pasajeros hora-sentido, que no permita los sobrepasos entre buses articulados, que esté desconectada de la troncal de la Caracas y que carezca de inversiones significativas en espacios públicos.

El 'trasteo' de la primera línea del metro nos enseña que las promesas de campaña deben hacerse responsablemente para no tener que recular, y sienta un precedente de improvisación que no puede repetirse hoy, cuando se están calculando los costos del proyecto.

Y el deseo de la Administración de construir una troncal de TransMilenio 'light' -así lo llama la Alcaldía- debe encender todas las alarmas. Primero, si no se permiten los sobrepasos entre buses, el sistema pierde toda su flexibilidad y capacidad, ya que no podrían operar las rutas expresas. Segundo, se renuncia a la posibilidad de recuperar urbanísticamente zonas deterioradas, como lo fueron alguna vez el Parque Tercer Milenio o la Biblioteca El Tintal. Y, en cambio, sí se abre la puerta para que los espacios públicos de la carrera 7a. se empeoren aún más, como ha ocurrido en varias ciudades mexicanas. Tercero, se produce un detrimento patrimonial para el Distrito, ya que los diseños originales, que costaron 9.000 millones de pesos, se botan a la basura y se reemplazan por unos nuevos, que ni siquiera han sido contratados. Y cuarto, la decisión de interrumpir la troncal en la calle 100 deja muchos interrogantes: ¿de dónde llegarán los buses tradicionales que cubrirán el tramo restante de la 7a.? ¿A dónde irán a parar los vehículos de TransMilenio al terminar su recorrido? ¿Qué pasará con los habitantes de los barrios nororientales de Usaquén, como El Codito, Buenavista y Lijacá, que usan mayoritariamente transporte público?

Engañados se sienten los habitantes de la 7a. Les cambiaron TransMilenio por un supuesto metro, para luego bajarlos a una versión empeorada del sistema inicialmente ofrecido. Y deberán esperar uno o dos años, mientras la Administración contrata los nuevos diseños, que seguramente serán ejecutados por el próximo Alcalde. Entre tanto, la imagen de TransMilenio, tan golpeada por el sobrecupo y la inseguridad, se empeorará más con este nuevo modelo. Pareciera que la paciencia de los habitantes de la 7a., duramente castigados con esta seguidilla de bandazos e improvisaciones, luce inagotable a ojos de la Administración Distrital.

* Representante a la Cámara por Bogotá

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