Mary Anastasia O´Grady
Diario de América, Nueva York
Octubre 2 de 2009
En un almuerzo de recepción para el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva hace unos meses, un funcionario brasileño me explicó que la razón por la que Brasil no ha levantado su voz en defensa de los derechos humanos en la dictadura de Cuba es que no quiere intervenir en los asuntos internos de la isla. Aparentemente, la política de no intervención no se aplica a la democracia de Honduras.
El lunes pasado, el ex presidente hondureño Manuel Zelaya, que fue arrestado, deportado y legalmente depuesto el 28 de junio, regresó secretamente a Tegucigalpa y buscó refugio en la embajada de Brasil. Zelaya dijo a una radio hondureña que su regreso se gestó conjuntamente con Lula y el ministro brasileño de relaciones exteriores Celso Amorim. Brasil insiste que no tuvo nada que ver con la entrada de Zelaya al país, lo que equivale a llamar al ex presidente hondureño mentiroso. Se trata de una aseveración con la que muchos hondureños estarían de acuerdo.
Zelaya enfrenta cargos de corrupción en Honduras, pero Brasil, tradicionalmente "no intervencionista", se resiste a entregarlo a las autoridades. En cambio, le está permitiendo usar la embajada como un centro de operaciones desde donde ha estado llamando a sus violentos partidarios a salir a las calles.
Las simpatías de Da Silva con la extrema izquierda y su amistad con Fidel Castro son legendarias. En su país, ha dejado de lado la militancia izquierdista de los años 70 porque los propios brasileños no lo tolerarían. Las instituciones, la realidad económica y la presión pública limitan su accionar. Su admiración por el comunismo decayó un poco cuando Venezuela y Bolivia trataron de nacionalizar las inversiones brasileñas. El mandatario, sin embargo, tiene que darle algún caramelo a su notoriamente izquierdista Ministerio de Relaciones Exteriores y es ahí donde Honduras es de utilidad.
La práctica de moderación en casa y extremismo en el exterior no es exclusiva de Brasil. Muchos presidentes latinoamericanos hacen lo mismo. Lo que es alarmante es que EE.UU. parece estar adoptando una política similar.
La semana pasada, Tegucigalpa fue atacada por los zelayistas. Quemaron neumáticos en las calles, destrozaron propiedades, saquearon negocios y bloquearon carreteras. EE.UU., no obstante, reiteró su apoyo a Zelaya. Sin presentar ninguna revisión legal, Washington decretó una vez más que un presidente que trató de desmantelar la Constitución debe ser reinstaurado o no reconocerá la elección presidencial prevista para noviembre.
¿Por qué EE.UU. amenaza con cuestionar una elección libre que probablemente restablecerá la paz y la seguridad? El presidente venezolano Hugo Chávez podría haber contestado esa pregunta en su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas el jueves. Tomando el estrado, Chávez dijo que ya no olía "azufre" como el año pasado. El comentario hacía referencia a su última diatriba, cuando llamó a George W. Bush un demonio que dejaba una estela de olor de azufre. Este año, Chávez dijo que olía a "esperanza".
Obama claramente se ha ganado la aceptación del tirano latinoamericano y la política estadounidense hacia Honduras ha sido de ayuda. Pero este gran honor, ¿durará más que un suspiro y tendrá algún retorno? Probablemente no. Más allá de ahorrarle a Obama los dardos verbales que le lanzó a Bush, Chávez no muestra inclinación alguna a ser un buen vecino. Está inmerso en una carrera armamentista a gran escala e incluso ha aludido a sus propias ambiciones nucleares.
La postura del gobierno estadounidense sobre las elecciones hondureñas es vergonzosa. ¿Puede alguien imaginarse si Fidel Castro declarara mañana que realizará elecciones libres invitando a todo el mundo a participar como observadores y EE.UU. rechaza la idea porque Cuba es una dictadura militar? Sería absurdo.
El presidente panameño Ricardo Martinelli me dijo la semana pasada en Nueva York que cree que "la única y mejor manera de resolver el problema hondureño es permitirle al pueblo de Honduras tener elecciones libres y participativas donde elijan a quienquiera que estimen como mejor candidato para dirigir su gobierno". Martinelli resalta que los candidatos en esta contienda se eligieron mientras Zelaya aún era presidente. El presidente de Honduras, Roberto Micheletti, se presentó en una primaria en la que fue superado por Elvin Santos, el actual candidato del partido de Zelaya y quien también quiere que las elecciones se lleven a cabo. Panamá ya sufrió el problema de ver interrumpida su democracia, dice Martinelli, y fueron las elecciones las que la restablecieron.
Martinelli señala —al igual muchos en el gobierno de Honduras— que deportar a Zelaya fue un error. También reconoce que albergaba la esperanza de que las negociaciones en San José, Costa Rica, produjeran un acuerdo que resolviera la disputa. Pero añade que lo que Zelaya exige "no se ciñe a las leyes y regulaciones de Honduras". Así que ahora las elecciones son la respuesta.
Una elección transparente es el camino hacia la estabilidad política apoyada por el mundo libre. Es indecoroso y maleducado por parte de EE.UU. amenazar ese proceso. ¿Realmente Obama atesora hasta ese punto las palabras amables de Hugo Chávez? De ser así, estamos todos en problemas.
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