domingo, 11 de octubre de 2009

Los talibanes del TransMilenio

Salud Hernández-Mora

El Tiempo, Bogotá

Octubre 11 de 2009

¿Hasta cuándo nos tendremos que aguantar las falacias de Enrique Peñalosa y compañía sobre el metro? ¿Acaso es el único dirigente, del siglo pasado y del presente, con una visión superior al resto? ¿Será cierto que Dios nos premió enviándonos al más preclaro alcalde jamás imaginado?

Que alguien que nunca salga del país proclame que lo mejor para el transporte en una populosa capital es TransMilenio, vaya y juegue. Pero una persona que viaja por el mundo, conoce grandes urbes, no tiene derecho a engañar a los bogotanos.

"Los que más quieren el metro son los ciudadanos de carro, que no tienen la más mínima intención de subirse al metro; lo que quieren es echar a los ciudadanos pobres debajo de tierra para que no los estorben los buses en las calles", declaró el oráculo. Pues no, populista Peñalosa. Los que queremos metro son, por un lado, los que están más que hartos de ir apretaditos en los buses rojos, de tener que dejar pasar varios porque van llenos, de aguardar quince, veinte minutos a que lleguen; y los que no tenemos camioneta con chofer como usted, vamos en buseta, taxi y carro, odiamos los interminables trancones y sabemos que en metro llegaríamos rápido.

Si fuese honesto, debería promocionarlo como el medio de transporte ideal para capitales pobres que quieren permanecer en el atraso. Declarar que el metro es caro, que son más baratos unos simples buses, es una obviedad que ofende. También es más barato viajar en flota por trochas sin pagar peajes. Para qué túneles, para qué dobles vías, para qué computadores, para qué trenes, aviones, sigamos en las cavernas.

TransMilenio, por los años que demora en su construcción, nace siempre saturado. Antes sólo vivía lleno en horas punta, ahora es todo el rato. Y así será siempre porque una megalópolis de ocho millones de habitantes que no para de crecer no podrá movilizarse con solo transporte de superficie. Menos aún en una Bogotá desordenada, donde no se construyen nuevas vías -en 1978 tenía 14.000 kilómetros y hoy sólo 1.000 más- y se levantan edificios sin pensar en las consecuencias para la movilidad.

No niego que soñaba con la vuelta del tenor a la Alcaldía, porque la capital necesita mano dura y un hombre muy capaz; los carros parquean donde se les da la gana, los vendedores ambulantes conquistan nuevos terrenos, está sucia, no plantan árboles y cunde una sensación de dejadez peligrosa. Pero Dios nos libre de un talibán del TransMilenio que predica que el paraíso está en los buses rojos, los únicos, los verdaderos, los salvadores, y emprende la cruzada contra la herejía del metro, con más pasión que el rey Arturo y enarbolando unos datos que sonrojan.

Resulta que París, Londres, Nueva York, Madrid, Washington, Berlín, Tokio, Fráncfort, Copenhague, Estocolmo, Ámsterdam, Hong Kong, Pekín, Shanghái, Kuala Lumpur, Sydney, El Cairo, Buenos Aires, Sao Paulo, Santiago... cometieron un histórico error al apostar por el metro subterráneo y no haber previsto cuando los crearon -algunos tienen más de cien años- que era el TransMilenio, ¡stupid!, lo que las elevaría al Olimpo del desarrollo.

No daré cifras porque los talibanes las tergiversan y hacen comparaciones peregrinas. Como estoy en Madrid, en una estación de metro se me ocurrió esta adivinanza para bogotanos de 1 año de edad en adelante: ¿qué mueve más gente y a mayor velocidad: un bus doble, que tiene semáforos y frecuencias de quince y más minutos y que debe hacer fila para que los otros lo dejen detenerse en la estación, o cinco vagones más anchos y largos, que pasan cada dos minutos y que ni hacen cola ni paran en rojo? ¿Qué contamina más, TransMilenio o metro?

NOTA. Ana Marta de Pizarro presentó un espectacular Festival Iberoamericano de Teatro. Alisten el paseo los de fuera y ahorren para boletas los capitalinos, porque es extraordinario. Tan bueno como los clásicos de Carlos Vives.

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