Darío Ruiz Gómez
El Mundo, Medellín
Octubre 5 de 2009
Escuché la perorata de Fernando Vallejo agradeciendo el Honoris Causa que la Universidad Nacional le otorgó, y, me llamó poderosamente la atención que en medio de sus ya desgastados exabruptos se refiriera al soñado país de la “decencia y la honorabilidad “. ¿Pueden ustedes imaginarse a un rebelde como Rimbaud cuya proclama, “primero hay que cambiar la vida” se afirmó como una voluntad de modernidad y cuya adolescencia fue bajar hasta el fondo de la indecencia para mostrar, precisamente, la hipocresía de los “decentes” y de los “honorables”, se imaginan, repito, regresando mansamente a las “buenas costumbres”? La decencia y la honorabilidad fueron colocadas como virtudes supremas en lo que se denominó desde el siglo XIX sociedad pequeño-burguesa. El estudio de Erich Fromm sobre el amor en la sociedad comercial ilustra con agudeza este mundo plúmbeo donde el cumplimiento del deber señala las características de este tipo de decencia y honorabilidad.
El lenguaje coloca astutamente trampas a quienes desconocen sus alcances al poner de presente la falacia de los falsos rebeldes –ya que únicamente en el lenguaje está la libertad, la emancipación- y este es el caso de Carlos Gaviria cuando aparece en su campaña electoral pronunciándose contra quienes reclutan jóvenes para la guerra como si esto fuera un simple empleo. Gaviria olvida que el mayor reclutador de jóvenes y niños para llevarlos a la muerte, son las Farc. Su actitud crítica aparece como insólita ya que jamás Gaviria se ha atrevido a denunciar a esta organización criminal. O ¿fue el publicista quien le jugó esta mala pasada?
¿Lo irán a demandar las Farc por este error de logística electoral? Igualmente Gaviria vuelve a reclamar lo que Vallejo en actitud de hijo sumiso solicita: volver a la honorabilidad.
Recordemos a Aquilino Villegas cuando dijo que, “en Colombia la decencia es conservadora”, ya que los “demás” serían la plebe, los sin linaje, los excluidos, los negros. Actitud típica de quienes de salida se consideran buenos, honestos y por eso mismo se constituyen en un club exclusivo de figuras celestiales.
Sabemos, sin embargo, que la bondad se demuestra, que la honorabilidad se pone a prueba en cada circunstancia, que los llamados ciudadanos probos son quienes recurren con más frecuencia a los llamados delitos de cuello blanco, y que, sin la modestia, la humildad, no se darían los caminos que hacen propicio el conocimiento verdadero, la bondad que brota siempre del respeto hacia la tarea cumplida silenciosamente desde los más nobles oficios. El “hay primero que cambiar la vida” implica la ardua tarea moral de crear un lenguaje que rescate la fraternidad, que destierre la suspicacia. Las rebeldías comerciales, los oportunismos políticos envejecen de inmediato así como sus protagonistas.
Que el talento de Vallejo se dilapide convertido en un cuenta chistes para un público que busca distracción y no compromisos éticos es algo lamentable. Cioran, al referirse a los intelectuales de éxito, los tildó de “Dostoievski con chequera”. La parábola moral de Carlos Gaviria es más melancólica en la medida en que, deslumbrado por el espejismo de un protagonismo político, abjuró del humanismo y se dejó manipular del ala más terrible del Partido Comunista, que lo ha utilizado para infiltrarse de nuevo en el aparato político.
En su caso, referirse a la pérdida de la memoria es hacerlo sobre alguien que fue un brillante catedrático defensor del Estado de Derecho, de la tolerancia y de repente sufrió un ataque de amnesia que lo llevó a desconocer la historia, o sea a los cientos de miles de masacrados con el supuesto fin de instaurar una dictadura del proletariado por parte de lo que más condenó o sea un proyecto totalitario. Creo que son temas estos, que tendrá tiempo de repasar en su retiro.
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