miércoles, 2 de diciembre de 2009

Dos jornadas memorables

Aurelio Martínez Canabal

El Nuevo Siglo, Bogotá

Diciembre 1 de 2009


EL domingo 29 de noviembre del 2009 habrá de recordarse como una fecha de innegable significación, para la vida democrática latinoamericana.


Los comicios celebrados en Uruguay y Honduras han arrojado un positivo balance de civilidad, que habla muy bien de la madurez cívica de estas dos naciones. En contravía de las expresiones detonantes que con preocupante frecuencia se escuchan, de labios de gobernantes y líderes de opinión en esta parte de nuestro hemisferio, llama la atención el discurso político de los principales actores de los episodios electorales recientemente cumplidos.


La experiencia uruguaya es ejemplarizante. Tan pronto se cerraron las urnas y conocidos los primeros resultados de la votación presidencial, el candidato de la agrupación opositora, expresidente Luis Alberto Lacalle, reconoció con gallardía el fracaso de su propuesta partidista y el triunfo de su contradictor. Vencedor en este proceso electoral, el candidato oficialista José Mujica arengó a sus seguidores con un llamamiento a la unidad nacional, subrayando que no se debía hacer mención de vencedores y vencidos. De suerte que, aunque las tesis izquierdistas propugnadas desde el gobierno por el presidente saliente Tabaré Vásquez merecieron el mayoritario respaldo de la opinión ciudadana, no puede concluirse que el planteamiento del “socialismo del siglo XXI” constituya un paradigma de manejo del Estado uruguayo.


En otra latitud de nuestro continente, y después de seis meses largos de crisis institucional, la ciudadanía hondureña se volcó a las calles para expresar con su voto el respaldo a una salida adecuadamente democrática. El llamamiento a la abstención del depuesto mandatario Manuel Zelaya no tuvo mayor eco, a juzgar por el volumen de votantes que participó en el certamen electoral. Ha quedado claro que el pueblo de ese país centroamericano, que le ha tocado sufrir los efectos de una prolongada incertidumbre en el manejo de los asuntos públicos, ha encontrado un camino de sensatez, contrario a la aventura desestabilizadora que se empeñaba en sacar adelante el gobernante separado de sus funciones por un golpe de Estado.


El presidente electo hondureño, Porfirio Lobo Sosa, enfrenta desde ya un inmenso reto. Cual es el de lograr, en el ámbito interno, la reconciliación de los distintos sectores ciudadanos y, en la escena internacional, obtener el reconocimiento del gobierno que dirigirá a partir de enero del próximo año. Un camino difícil de recorrer, siendo de esperar que en la comunidad internacional no sigan primando ciertos sesgos de sectarismo ideológico. Será la oportunidad para que el centro derecha hondureño confirme sus capacidades administrativas y de respeto a los valores democráticos.

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