viernes, 4 de diciembre de 2009

Dosis mínima de pasión

Edmundo López Gómez

El Nuevo Siglo, Bogotá

Diciembre 4 de 2009


No pueden soslayarse los riesgos que debemos correr los colombianos con la política insensata de agresión que Chávez y sus áulicos han puesto en marcha contra Colombia.


No podemos limitarnos, sin embargo, a juzgar al Presidente venezolano por su temperamento veleidoso y belicoso y de achacarle a su indomable manera de ser la causa de los problemas de carácter económico y social que ha traído el “embargo ilegal” que decretó contra las exportaciones de nuestro país y que tanto se parece al que rige contra Cuba, como lo hizo trascender el presidente Uribe desde Cali.
También el Presidente de Colombia hizo referencia al comportamiento de los países “amigos” del hemisferio que, como consecuencia del embargo de Chávez a nuestras exportaciones, corrieron solícitos, a sustituirlas, más temprano que tarde.


Si, en el caso de Argentina, podría explicarse como una respuesta -tardía- a la posición asumida por Colombia frente al episodio de la Guerra de las Malvinas, los otros países, de profunda formación democrática, deberían ser solidarios con Colombia, ante las agresiones que han comenzado a manifestarse desde Venezuela y que están poniendo en peligro la paz de la región.


Desde Colombia debemos aportar nuestra propia solidaridad y no someter a regateo de la política doméstica esa necesaria expresión del sentimiento patriótico que, en fin de cuentas, será la mejor arma de defensa contra las pretensiones expansionistas del deschavetado señor Chávez.


Cuando por estas calendas nos estamos acordando de la eminente figura del presidente Alfonso López Pumarejo, debemos tener presente lo que él pensaba sobre la participación del pueblo y de los partidos políticos en los asuntos de nuestra política exterior. “Es cierto -decía- que para dirigir los destinos de una nación ante las demás, se requiere una especial preparación y que en tales asuntos la tradición y la técnica ejercen una influencia predominante. Pero no lo es menos que sin una dosis inicial de pasión, que sólo el pueblo comunica a los diplomáticos, ninguna política exterior tiene la arrogancia necesaria para hacernos respetar ni despierta interés en quienes deben juzgarla”.


Si hay que actuar con prudencia, se requiere, sin embargo, por sobre todas las cosas, esa dosis inicial de pasión de que hablara el ilustre Presidente, tal vez el más grande estadista que tuvo nuestro país en el siglo XX.


¿No es hora de expresar nuestros sentimientos a partir del convencimiento de la justicia de la causa, esto es de ponerle una dosis de pasión a esos sentimientos?


Creemos que sin esa “dosis de pasión”, un eventual enfrentamiento con el país vecino nos encontraría con el espíritu desarmado.


El frío lenguaje de la diplomacia se puede manejar en las alturas, como lo ha hecho nuestra Cancillería, pero con la base hay que mantener una comunicación franca, para que se transforme en solidaridad activa, y ésta sea, a su vez, la mayor talanquera para afrontar con éxito los desafíos, si se convierten en actos de guerra.

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