miércoles, 2 de diciembre de 2009

El heroísmo es la paz

Eduardo Escobar

El Tiempo, Bogotá

Diciembre 1 de 2009


En el siglo XX, cuyos malos recuerdos aún nos intoxican, en medio de los famosos descalabros de las dos guerras mayores, de la ópera sombría del nazismo, de la pantomima fúnebre de las aristocracias bolcheviques, de Hiroshima y Nagasaki, de las matazones de la descolonización y de la trivialidad de las sociedades consumistas que reducen los hombres a pulgones, siguió trabajando el genio de la especie, insistente en el esfuerzo por escapar del animal, del terrible estado de naturaleza.

La exploración de las estrellas, los mapas del universo hasta los confines de las galaxias del penúltimo cielo, las manipulaciones genéticas, la construcción de la aldea planetaria, los materiales nuevos de la tecnoquímica, no son conquistas despreciables del género humano. Y son el único espacio donde aún parece razonable la esperanza en el hipotético reino de la libertad que idearon los filósofos del XIX.

Entre tantos horrores y prodigios, tantas heridas y besos como hemos sido desde que nos desprendimos del horrible tronco del mono para iniciar un camino propio, lo más precioso sin embargo no fueron las conquistas de la nanotecnología que aspira a comprimirlo todo en el espacio de un punto aparte, los telescopios que espían los cometas con sus cabelleras de cianuro, ni los microscopios que realizan la introspección en lo material y desentrañan la importancia de lo más pequeño. Sino la conciencia recién adquirida de otros modos posibles de ser y de dirimir los conflictos. Más allá de los logros técnicos, la mayor contribución del siglo XX al desarrollo de la humanidad debió ser la puesta en práctica de la no violencia como expresión de la voluntad del individuo para conseguir sus fines.

Sobre las intuiciones entremezcladas de los arcaicos libros sagrados del Oriente remoto y las de un profeta judío, David Thoreau, Gandhi y Tolstói (Guerra y paz ejemplifica la eficacia de la fuga como método para vencer a la arrogancia) y Martin Luther King y los niños de las flores del jipismo probaron por primera vez la fuerza de la mansedumbre. Y la revolución húngara de terciopelo y los católicos polacos y Gorbachov desmontaron un sistema fundado en la violencia, el más cruel de los imperios modernos, con un mínimo sacrificio, sin recurrir a la creación de nuevos héroes del exceso.

La idea no era nueva. Moisés había predicado el no matarás en Sinaí; Jesús, la política de la otra mejilla; Pitágoras había prohibido el consumo de las habas porque le parecían riñones, temiendo ocasionar sufrimientos inútiles; los filósofos del tao y el zen habían señalado esos raros estados del espíritu que invierten la lógica del chimpancé y establecen que matar es más fácil que vivir, que es imposible odiar a alguien que conocemos, que toda violencia es reaccionaria, y todas las revoluciones sangrientas inútiles. Pero el siglo XX comprobó la eficacia de esas ideas sencillas de apariencia tonta para la preceptiva de la bestia, y comenzó el desprestigio razonado de los asesinos antiguos y modernos, llámense Aquiles, Robespierre, Napoleón, Bolívar, Sucre, Che Guevara, Escobar, Al Capone o Cano.

Cada día somos más los que compadecemos a aquellos que quieren parecer valientes para encubrir sus debilidades en el papelón de los titanes, apelando a los valores caducos de los artistas del saqueo que cantó Homero, y aguardamos la superación del estado natural, de los impulsos del chimpancé, en una paz humana hecha a base de constancia y grandeza verdadera. Los fuegos de la guerra cuentan cada día con menos admiradores. Gozan cada día mejor de un saludable desprestigio fuera de los círculos diabólicos de quienes se lucran con las carnicerías, enviando muchachos a los mataderos.

El actual paroxismo de las violencias modernas tal vez es el último estertor de los idólatras del terror, las últimas manifestaciones de las viejas guerras de religión, y del alma arcaica de Caín que aún nos habita, aficionada a los espectáculos sangrientos. ¿Completará el siglo XXI el proceso que comenzaron los pacientes pacifistas en el XX? Es una buena pregunta.

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