Fernando Londoño Hoyos
La Patria, Manizales
Diciembre 1 de 2009
Manizales ha dado la pauta y enseñado el camino. Porque la sociedad colombiana se ha pasado de paciente ante los desmanes y las infamias que la Corte Suprema de Justicia ha cometido y sigue cometiendo contra el Congreso de la República. Y en el caso de Adriana Gutiérrez, ya se llenó la copa. Sus conciudadanos resolvieron protestar, rindiéndole a la víctima de estos crueles atropellos el homenaje que sus virtudes merecen y que la persecución lanzada contra ella reclama.
Acusar a Adriana Gutiérrez de paramilitar no es una simple injusticia. Es un despropósito, una aberración, una locura. No hay un Magistrado de la Corte más honesto que la Senadora caldense. Ni más lejano a cualquier trato con los paramilitares, ni de más limpia conducta, ni de más hermosa hoja de servicios a la Nación. Pero los amigos de Ascensio Reyes y Giorgio Sale y el Mono Mancuso; los de los festines en Neiva, Sincelejo, Barranquilla, Santa Marta y San Andrés; los que organizan audiencias sin acta con Tasmania, para después visitarlo en la cárcel, video grabadora en mano; los que preparan testigos en Yopal, al calor de buenos aguardientes del Llano; los que se valen de Pitirris para perseguir sus víctimas y de máximas de experiencia ridículas para sacrificarlas; y los que no inician la Farc-política porque para ellos los socios del Mono Jojoy obran por puro altruismo, no vacilan en tratarla como a la peor criminal.
Para la gente de Manizales, todo esto resultó demasiado. Y por eso se volcó a demostrar en ese homenaje su solidaridad con quien sufre esta injusticia y su repugnancia con quienes la cometen. Ese fue el sentido de ese acto que pone las cosas en su sitio, así sea en el simbólico espacio en que puede moverse la sociedad ante los desafueros del Estado. Los jueces deben merecer la respetabilidad de sus sentencias. Y cuando ellas son inicuas, es el juez el que destruye su majestad y la majestad de la justicia que representa.
Los colombianos nos hemos pasado de mansos, tal vez de tontos. Hace rato debimos unirnos en un coro de voces unánimes para denunciar la torcida intención con que se ha procedido en la inmensa mayoría de los casos de la llamada para política. La Corte, enceguecida de odio y en desbocada carrera de pasiones, no ha vacilado en sacrificar la vida, y la honra de un buen número de colombianos ilustres e inocentes. Y no tiene vergüenza en pedir respeto para sus desvaríos y hasta para demandar la solidaridad internacional con sus extravíos. Y los colombianos, en silencio. Todavía dominados por la idea que siempre tuvimos de lo que la Corte Suprema de Justicia representaba para la Nación. Convencidos de que los magistrados de la sala penal de hoy se parecen a los ilustres varones que pasaron por esa altísima dignidad, nos hemos tardado en esta reacción inevitable.
La de Manizales con Adriana Gutiérrez, no puede ser la única demostración cívica de respeto por los que han jugado el triste papel de chivos expiatorios en este drama. Quizás muy pronto sepamos de que algo parecido se organiza en Cundinamarca para Nancy Patricia Gutiérrez y en Córdoba para Zulema Jattin; que la gente de Valledupar se declare ofendida por el trato inicuo que la Corte le dio a Mauricio Pimiento, hijo dilecto de aquella comarca; y que los tolimenses dejen saber que acompañan el dolor de Carlos García y de Luis Humberto Gómez; y que los magdalenenses preguntan dónde quedó la justicia cuando se persiguió a Miguel Pinedo y se condenó a Luis Eduardo Vives; y que los antioqueños presenten su memorial de agravios en defensa de Mario Uribe y Rubén Darío Quintero, y Luis Humberto Builes; y que los caucanos clamen por Juan José Chaux; y que los santandereanos tomen como suya la causa moral de Iván Díaz Mateus.
La lista no es completa. Hay otros varios procesos sobre los que tenemos las más angustiosas dudas. Pero en casos como el de Adriana Gutiérrez, no tenemos ninguna. Y lo peor no es sufrir una injusticia, sino cometerla.
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