viernes, 11 de diciembre de 2009

El Nobel de Paz y la guerra justa

Editorial

El Mundo, Medellín

Diciembre 11 de 2009

¿Quién lo dice? Nadie menos que el promotor de la violencia terrorista en América Latina durante décadas, ahora aparentemente arrepentido.

“En la teoría de la guerra justa, la exigencia de una autoridad legítima tiene por fin principal impedir la anarquía de una guerra privada llevada a cabo por los señores de la guerra; una anarquía que se encuentra en nuestros días en ciertas partes del mundo, de la cual los agresores del 11 de septiembre de 2001 son la encarnación más representativa”. Así se expresaban, en una carta de febrero de 2002 dirigida al mundo musulmán, 60 intelectuales estadounidenses, encabezados por Francis Fukuyama, profesor de Economía Política Internacional de la Escuela Johns Hopkins y autor del célebre ensayo “El fin de la historia” y Samuel Huntington, profesor de Ciencia Política de la U. de Harvard, autor del conocido libro “El choque de las civilizaciones”.

La teoría de la guerra justa es antiquísima, ha sido objeto de estudio de la filosofía del derecho y de la sociología, y en ella se apoyó ayer el presidente Barack Obama, durante la ceremonia en el Auditorio Municipal de Oslo, para romper fuegos con los pacifistas a ultranza, con los críticos del Comité Noruego por haberle concedido el Premio Nobel de Paz y también con ciertos demagogos del antiimperialismo y de la izquierda mundial, encabezados por el anciano dictador cubano, que se muestran decepcionados porque el Obama de la campaña política no es el mismo Obama, presidente de los Estados Unidos.


Por eso su confesión inicial fue toda una declaración de principios: “... Quizá el asunto más controversial en torno a mi aceptación de este premio es el hecho de que soy Comandante en Jefe de un ejército de un país en medio de dos guerras. Una de esas guerras está llegando a su fin. La otra es un conflicto que Estados Unidos no buscó; uno en que se nos suman otros 42 países –incluida Noruega– en un esfuerzo por defendernos y defender a todas las naciones de ataques futuros. De todos modos, estamos en guerra, y soy responsable por desplegar a miles de jóvenes a pelear en un país distante... Por lo tanto, vengo aquí con un agudo sentido del costo del conflicto armado, lleno de difíciles interrogantes sobre la relación entre la guerra y la paz, y nuestro esfuerzo por reemplazar una por la otra”.

El concepto de “guerra justa”, anota Obama, se aplica bajo tres condiciones: si se libra como último recurso o en defensa propia; si la fuerza utilizada es proporcional y, en la medida posible, si no se somete a civiles a la violencia. “Difícil pensar en una causa más justa – dice – que la derrota del Tercer Reich”. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, Occidente, con el liderazgo de Estados Unidos, se dio a la tarea de crear instituciones para evitar otra guerra mundial. “Y, entonces, un cuarto de siglo después de que el Senado de Estados Unidos rechazara la Liga de Naciones, una idea por la cual Woodrow Wilson recibió este premio, Estados Unidos lideró al mundo en el desarrollo de una estructura para mantener la paz: un Plan Marshall y Naciones Unidas, mecanismos para regir la manera en la que se libran guerras, los tratados para proteger los derechos humanos, evitar el genocidio y restringir las armas más peligrosas”.

Hace cuatro años, exactamente el 14 de diciembre de 2005, su antecesor en la Presidencia de los Estados Unidos, en un histórico discurso a la Nación, desde el Woodrow Wilson Center, decía: “El 11 de septiembre cambió a nuestro país; cambió la política de nuestro gobierno. Adoptamos una nueva estrategia para proteger al pueblo estadounidense: Perseguiríamos a los terroristas dondequiera que se escondiesen; no haríamos distinción alguna entre los terroristas y aquellos que los protegen... No podemos permitir que los hombres más peligrosos del mundo les echen mano a las armas más peligrosas del mundo. En una era de terrorismo y armas de destrucción masiva, si esperamos a que las amenazas se materialicen plenamente, habremos esperado demasiado tiempo”. Ayer, el presidente Obama y flamante Premio Nobel de Paz, dijo: “El mundo quizá ya no se estremezca ante la posibilidad de guerra entre dos superpotencias nucleares, pero la proliferación puede aumentar el peligro de catástrofes. El terrorismo no es una táctica nueva, pero la tecnología moderna permite que unos cuantos hombres insignificantes con enorme ira asesinen a inocentes a una escala horrorosa... Habrá ocasiones en las que las naciones, actuando individual o conjuntamente, concluirán que el uso de la fuerza no sólo es necesario sino también justificado moralmente”.

Como podrá observarse, hay una coincidencia fundamental entre los dos planteamientos y sólo quedan diferencias de estilo entre los dos mandatarios. Claro está que lo que el señor Obama está diciendo y haciendo, no fue lo que dijo ni prometió en su campaña. Hay una modificación en sus enfoques y esa modificación implica, para muchos de los que tuvieron esperanzas exageradas, una total desilusión y, hasta cierto punto, una descalificación. El más decepcionado de todos es el comandante Fidel Castro, quien, cuando conoció la noticia del Nobel para Obama, escribió: “No siempre comparto las posiciones de esa institución, pero me veo obligado a reconocer que en estos instantes fue, a mi juicio, una medida positiva”. Pero a raíz del discurso de West Point, el 1° de diciembre pasado, Castro escribió: “(Obama) adoptó poses que harían palidecer a las Catilinarias de Cicerón. Ese día tuve la impresión de estar escuchando a George W. Bush; sus argumentos en nada se diferencian de la filosofía de su antecesor, excepto por una hojita de parra: Obama se oponía a las torturas”. Y se pregunta: “¿Por qué Obama aceptó el Premio Nobel de la Paz cuando ya tenía decidido llevar la guerra en Afganistán hasta las últimas consecuencias? No estaba obligado a un acto cínico”. ¿Quién lo dice? Nadie menos que el promotor de la violencia terrorista en América Latina durante décadas, ahora aparentemente arrepentido. Ya sabemos quién es el cínico.

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